Aprender a convivir con autómatas

Edmund S. Phelps

ECONOMÍA

Mabel Rodríguez

La irrupción de robots no destruirá puestos de trabajo ni rebajará salarios

15 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La irrupción de los robots en el mundo laboral ha dejado de ser ciencia ficción. La pandemia está acelerando la implantación de la inteligencia artificial (IA), pero pocos se han atrevido a llevar a cabo un análisis completo de las consecuencias que ese fenómeno supondrá a corto y largo plazo.

Al pensar en la IA, es natural tomar como punto de partida la economía del bienestar. Pero, ¿cuáles son los efectos económicos de la presencia de robots capaces de replicar la labor humana? Desde luego no son preocupaciones nuevas. Ya en el siglo XIX, muchos temían que las innovaciones mecánicas e industriales reemplazaran a los trabajadores, y hoy se repiten las mismas inquietudes.

Imaginemos, por ejemplo, un modelo de economía nacional en el que robots y seres humanos hacen la misma clase de trabajo. El volumen total de mano de obra (robótica y humana) dependerá de la cantidad de personas, H, y de la de androides, R. En este caso, los robots son aditivos: suman a la fuerza laboral, en vez de multiplicar la productividad humana.

Para completar el modelo en la forma más sencilla, supongamos que la economía tiene un único sector, y que la producción agregada surge de la combinación del capital y del total de la mano de obra, humana y robótica. Una parte de lo producido se consume y el resto se destina a la inversión, que incrementa el stock de capital.

¿Cuál es el impacto económico inicial de la introducción de los robots aditivos? Un poco de economía elemental muestra que un aumento de la oferta total de mano de obra en relación con el capital inicial (una caída del cociente capital-mano de obra) producirá una disminución de los salarios y un aumento de las ganancias empresariales.

A esto hay que añadir tres elementos. En primer lugar, el efecto será mayor si los robots aditivos se crean con bienes de capital readaptados. Eso provocará el mismo aumento de la oferta total de mano de obra (con una reducción proporcional del stock de capital), pero la caída de los salarios y el aumento de la tasa de ganancias serán mayores.

En segundo lugar, no cambia nada si usamos el modelo bisectorial de la escuela austríaca, donde la mano de obra produce el bien de capital y el bien de capital produce el bien de consumo. La introducción de robots todavía disminuirá la relación capital-mano de obra, lo mismo que en el caso unisectorial.

La introducción de robots muestra una asombrosa semejanza con la inmigración

En tercer lugar, la introducción de robots aditivos muestra una asombrosa semejanza con la inmigración en cuanto a impacto sobre los trabajadores nativos. Al presionar a la baja sobre el cociente capital-mano de obra, al principio, los inmigrantes también provocan una caída de los salarios y un aumento de las ganancias empresariales. Pero hay que señalar que al incrementar la tasa de ganancias, lo mismo ocurrirá con la de inversión. Por la ley de rendimientos decrecientes, esa inversión adicional presionará a la baja sobre la tasa de ganancias hasta llevarla otra vez a la normalidad. En este punto, el cociente capital-mano de obra estará igual que antes de los robots y los salarios volverán a subir.

Aunque es común dar por sentado que la robotización (y la automatización, en general) provocará una desaparición permanente de empleos, y con ella llegará una pauperización de la clase trabajadora, son temores exagerados. Los dos modelos descritos antes no tienen en cuenta el progreso tecnológico habitual (que trae consigo aumento de la productividad y de los salarios), de modo que es razonable presuponer que la economía global sostendrá cierto nivel de crecimiento de la productividad laboral y del salario per cápita.

Es verdad que un proceso sostenido de robotización situará los salarios en una trayectoria inferior respecto de la que hubieran seguido sin los robots, con los consiguientes problemas sociales y políticos. Tal vez sea deseable, como propuso en cierta ocasión Bill Gates, gravar los ingresos derivados del trabajo de los robots, lo mismo que se gravan los del trabajo humano. Esta idea merece un estudio atento.

Pero el temor a una robotización prolongada no parece realista. Si el incremento de la mano de obra robótica nunca se detuviera, en algún momento chocaría con límites de espacio, atmosféricos, etcétera.

El temor a una robotización prolongada no parece realista

Además, la IA no solo ha creado robots aditivos, sino también robots multiplicativos que aumentan la productividad de los trabajadores. Algunos permiten a las personas trabajar con mayor velocidad o eficacia (por ejemplo, en la cirugía asistida por inteligencia artificial) y otros las habilitan para realizar tareas que, de otro modo, estarían fuera de su alcance.

La introducción de robots multiplicativos no tiene por qué provocar una recesión prolongada del empleo agregado y de los salarios. Pero igual que los aditivos, los robots multiplicativos también tienen sus contras. Muchas aplicaciones de IA no son del todo seguras. El ejemplo obvio son los coches sin conductor, que pueden provocar (y ya lo han hecho) accidentes con peatones o con otros vehículos, aunque lo mismo puede ocurrir con conductores humanos.

Ellos también cometen errores

Desde un punto de vista ético, la interfaz con la inteligencia artificial supone cuestiones de información imperfecta y asimétrica. Como dice Wendy Hall, de la Universidad de Southampton, basándose en el trabajo de Nicholas Beale: «No podemos esperar que los sistemas de IA actúen en forma ética solo porque sus objetivos parecen éticamente neutrales».

De hecho, algunos dispositivos nuevos pueden ser muy dañinos. Por ejemplo, los chips implantables para la mejora cognitiva pueden causar daño irreversible al tejido cerebral. De modo que la cuestión es si es posible instituir leyes y procedimientos que protejan a las personas contra un grado razonable de daño. En su defecto, muchos creen que las empresas de Silicon Valley deberían crear comités de ética propios.

Todo esto me recuerda las críticas que siempre se han lanzado contra las innovaciones en la historia del capitalismo de libre mercado. Una de esas críticas, el libro Gemeinschaft und Gesellschaft (Comunidad y sociedad) del sociólogo Ferdinand Tönnies, llegó a ser influyente en la Alemania de los años veinte y condujo durante el período de entreguerras al surgimiento, primero allí y luego en Italia, del corporativismo, que puso fin a la economía de mercado en esos países.

Es evidente que la respuesta que demos a los problemas que plantea la IA será muy importante. Pero todavía esos problemas no son un fenómeno generalizado, y no son la causa principal de la insatisfacción (y de la consiguiente polarización) en las que se debate occidente.

En principio, no está mal que una sociedad emplee robots que puedan cometer errores ocasionales, así como toleramos que los pilotos de avión no sean perfectos. Hay que evaluar costos y beneficios. Por motivos de eficiencia, es necesario que los dueños de los robots tengan responsabilidad civil por eventuales daños que provoquen. Es inevitable que las sociedades no se sientan cómodas con innovaciones que introducen incertidumbre.