Fornelos de Montes, la trinchera rural

La Voz JORGE CASANOVA

ECONOMÍA

La economía de resistencia sostiene a un ayuntamiento tipo del interior de Galicia

02 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Alba tiene 28 años y apura sus últimos meses en Fornelos, su pueblo. Está acabando Fisioterapia y una formación que incluye enfermería y documentación clínica. Una preparación sólida y versátil: «Si quisiera, trabajaría; pero no podría compatibilizar los horarios». Estudia ofertas para trabajar en Francia. Pero será cuando acabe el curso. Ahora disfruta de un café y de un sol con querencia a desaparecer en la terraza de uno de los bares de Fornelos de Montes. Varios chavales comentan que el dato que les ofrezco, el dudoso honor de ser el concello con mayor tasa de desempleo de Galicia, no les sorprende en absoluto. No todos están en paro, pero la mayoría sí. De repente, la charla se esfuma ante un incidente inesperado: un perro al que he podido ver durante horas paseando él solo a sus anchas por la plaza, sale disparado detrás de una ardilla, negra como el carbón. La chavalada se revoluciona ante la frenética persecución que salta a la carretera y finaliza con la ardilla subiendo ágilmente por un muro.

Resuelto el efímero incidente, la plaza vuelve al sopor que apenas se verá alterado hasta el día siguiente, cuando los vecinos de Fornelos vuelvan a ese centro neurálgico donde están los supermercados, los bares, el banco y el concello. El 66 % de desempleo no es una broma y lo más seguro es que, a cualquiera que se le pregunte en edad de trabajar, conteste que está en el paro. Roberto tiene 37 años y admite que, si encontrara dónde, trabajaría: «Pero aquí es muy complicado. No hay industria, ni empresas. Salvo el Concello, no hay nada». Muchos citan al concello como la única oportunidad de trabajar en el pueblo, pero el concello poco emplea: «Yo no sé de dónde han sacado esas cifras, pero a mí no me cuadran», opina el alcalde, Emiliano Lage.

El regidor no ve la diferencia entre el concello que gobierna y otros muchos ayuntamientos pequeños y envejecidos, sin recursos de empleo ni actividad económica y sin que sus tasas de paro alcancen niveles tan escandalosos. La cuestión es peliaguda pero, entrevista tras entrevista, van cayendo los parados: Marisé tiene 20 años y vive con su novio. Los dos en el paro: «Non teño ningunha esperanza», dice la joven. Su madre es autónoma y se ve negra para cubrir el seguro frente a un volumen de trabajo que baja cada mes. Deolindo tiene 28 años y hace dos meses que perdió el empleo. Está casado, tiene dos hijas y su visión del futuro podría resumirse así: «Os estudos non valen para traballar. O que vale é o enchufe». Dice que la gente de su edad está más o menos igual.

Entonces ¿cómo se arregla toda esta población? Pues con la tradicional economía de resistencia gallega: una huerta, unas gallinas, la matanza, las patatas, las pensiones, sin hipoteca, alguna chapucilla quizás de vez en cuando... Con ese caudal de recursos y unas necesidades ajustadas, se puede vivir. Incluso se puede vivir bien. Hasta hay quien ha hecho lo nunca visto, el camino de vuelta. Familias que se instalaron en Vigo y que, gracias a la mejora de las carreteras, cambiaron un piso por la casa de la aldea después de haber perdido el empleo. Los parados regresan y los empleados se van.

«Hemos decidido salir solo dos sábados al mes. El resto nos quedamos aquí», explica Alba, la fisioterapeuta. El grupo compra un churrasco para hacer en casa de alguno, un poco de vino y con eso montan su propia fiesta. Uno de ellos, Diego, trabaja en un taller de Ponte Caldelas desde que salió del instituto. Vive en Fornelos y, pese a que solo tiene 19 años, cree que mantendrá el mismo lugar de residencia el resto de su vida. «Yo volveré cuando me jubile», pronostica Alba. Ningún indicador económico anima a quedarse en Fornelos, ninguna oportunidad. Hace años, se planteó la oportunidad de instalar allí la cárcel que hoy está en A Lama, el concello de al lado. Se armó la gorda. En Fornelos se valoran otras cosas además del empleo.