La abeja picaba fuera del ring

Pablo Gómez Cundíns
Pablo Gómez REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Jorge Núñez | Reuters

Muhammad Ali golpeaba con la misma fuerza con sus palabras como lo hacía con sus puños

05 jun 2016 . Actualizado a las 10:27 h.

Muhammad Ali tenía claro que podía utilizar la influencia de su figura para remover la conciencia de la convulsa época social que le tocó vivir. El boxeador más mediático de todos los tiempos se instaló en la polémica y en el histrionismo porque sabía que su profesionalidad le llevaría a lo más alto del boxeo mundial. Sin embargo, se sentía en lo más bajo de esa pirámide. En cierto modo, lo estaba, en un sistema segregacionista.

Por eso, ante los micrófonos, Cassius Clay dejaba un lado lo de flotar como mariposa y se centraba en picar como abeja. «Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en una prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca», se definió.

Recurrente fue su sarcasmo para denunciar el racismo de una sociedad que le negaba derechos fundamentales a pesar de ser campeón del mundo. Memorable es su extensa respuesta en una entrevista concedida a la BBC donde se pregunta «¿Por qué todo es blanco»? y ejemplifica irónicamente hasta con las rodajas de pescado. Era su modo de evitar que su audiencia permaneciese indiferente.

Dejando a un lado las bravuconadas propias de los momentos previos a un combate (Ali fue el verdadero impulsor de ese modus operandi), las palabras de Cassius Clay quedarán registradas como verdaderas líneas maestras de comportamiento vital. También en su faceta como deportista. «Odié cada minuto de entrenamiento, pero no paraba de repetirme: ?No renuncies, sufre ahora y vive el resto de tu vida como un campeón?», relataba una vez que colgó los guantes. 

El boxeo como herramienta

Muchas veces insistía en el modo en que encaraba su actividad principal. «El boxeo es solo un trabajo. No soporto ver sangre. En muchas de mis peleas tenía que mirar a otro lado», argumentaba.

Sin embargo, es en el plano extradeportivo donde sus dardos dieron exactamente en el lugar de la diana que él pretendía. Después de ser sancionado por no acudir a la guerra del Vietnam, se defendía: «No tengo ningún problema con el Viet Cong. Ningún vietnamita me llamó nunca negro».

Fue condenado a cinco años de cárcel y recibió una importante multa, además de ser suspendido durante tres años y medio y desposeído de su título mundial, pero no se arredró. De hecho, antes de este episodio, ya con el cinturón mundial, había decidido unirse al grupo extremista religioso que defendía la supremacía negra sobre la raza blanca Nación del Islam y hacerse llamar Muhammad Ali. Se acercó a Malcom X y se alejó de Martin Luther King. «Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre», zanjaba.

«Yo debería estar en un sello postal. Es la única forma en que me pueden pegar», ironizaba cuando quería resaltar que su fortaleza no solo era física, con los guantes en la mano, sino que trascendía lo deportivo.

«Algunas veces me siento un poco triste porque puedo ver cómo algunas cosas que digo podrían molestar a algunas personas. Pero no he tratado de lastimar a nadie deliberadamente. La exageración era parte de mi trabajo, como saltar la cuerda», aclaró.

Pero, por encima de todo, la herencia de su existencia ha mejorado la vida de muchas personas desde que Ali decidió abanderar la causa de los desfavorecidos. Pero aplicó a ello el mismo tesón que delante de un saco de entrenamiento. La moraleja de su vida: «No cuentes los días, haz que los días cuenten».