-Usted fue seminarista.
-Estuve siete años. Éramos 150 y solo uno salió cura. Nos juntamos todos los años. Yo era el peor estudiante pero me respetaban mucho, porque era el entrenador. Había uno que le enviaban chocolate de casa. Cuando le llegaba el paquete le pedía dos tabletas a cambio de ponerlo en el equipo. De aquella ya nos vendíamos, ja, ja, ja.
-Ese bigote, ¿Nunca se lo ha apostado? ¿se lo ha quitado alguna vez?
-El bigote es intransferible. Me da mi pequeña personalidad. Lo llevo desde que me casé. Me lo pidió mi mujer y es la única vez que le he hecho caso.
-¿De todos los que ha visto, cuál es el lugar que más le gusta?
-Las Rías Baixas. Es un lugar único en el mundo. Yo soy un enamorado de mi tierra. Eso sí, me ha dolido un poco que nunca me llamaran para entrenar al Deportivo. Es una espina que tengo clavada. Pero pequeña. Una espinita.
-Pero usted ha dicho que se siente bien, que no se piensa retirar. Aún pueden llamarle.
-Nah. A mí ya me pasó el sol por la puerta. Yo tuve un momento de lucidez en los 90, pero ahora ya no.
-¿Qué es lo más importante en la vida?
-La amistad es lo más importante. Pero ojo, que algunos te pueden traicionar. Vivir en paz y que la gente se divierta.