El coleccionista de éxitos ajenos

mariluz ferreiro REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

El secretario de Estado para el Deporte será sustituido por Albert Soler

01 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

En los triunfos de Rafa Nadal, él estaba allí. Cuando España agarró el cetro del baloncesto, él lucía una sonrisa. Cuando la selección de fútbol tocó el cielo en la Eurocopa y en el Mundial de Sudáfrica, él festejaba el triunfo. Siempre presente en la fotografía del éxito, esa que tanto se cotiza entre los políticos. Como secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky Díez (Madrid, 1951) ha saboreado como pocas personas las mieles de la edad de oro del deporte español. Se despidió ayer del cargo tras siete años «de plenitud personal y profesional» para afrontar la carrera electoral por el Ayuntamiento de Madrid. Ocupará su puesto Albert Soler, director general del Consejo Superior de Deportes (CSD). Soler tiene 45 años, es catalán y fue jugador de waterpolo. Ahora los flashes serán para él.

Lissavetzky debe su primer apellido a su padre, Leo, un ucraniano que nació en Kiev. Pero tiene sangre asturiana por parte de madre. Es doctor en Químicas por la Complutense. Trabajó con Joaquín Leguina y es íntimo del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. Son de la misma quinta, estudiaron juntos, practicaron el atletismo en su juventud y sienten devoción por el Real Madrid.

En su adiós, defendió la «política de tolerancia cero contra el dopaje». Durante su mandato ha lidiado con la operación Puerto, la Grial y la Galgo. La primera, con el doctor Eufemiano Fuentes como eje, fue un golpe para el ciclismo. El pelotón no comulgó con la posición de Lissavetzky. Muchos corredores dijeron que la operación Puerto se cerró en falso para esquivar a otros deportes. Después, los más humildes criticaron que se convirtiera en un paladín de Alejandro Valverde, que finalmente fue sancionado, y de haber guardado silencio sobre otros que fueron castigados de forma oficiosa, vetados por equipos y carreras.

Precisamente ayer criticó a Pat McQuaid, máximo responsable de la Unión Ciclista Internacional (UCI), por permitir que las supuestas injerencias políticas en el caso de Alberto Contador fueran motivo para elevar un recurso ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS). «Es muy locuaz», dijo del irlandés con su habitual sonrisa. Pero él también fue muy locuaz y vehemente a la hora de defender, no la inocencia, sino la exculpación del vencedor del Tour. Eligió ser duro con los pequeños y brindar su apoyo a los grandes.

En su adiós anunció que habrá recurso contra la absolución de Alemayehu Bezabeh, uno de los atletas vinculados con la operación Galgo, que fue autorizado por la Federación Española de Atletismo para volver a correr. Pero esa batalla tendrá lugar cuando haya abandonado el barco.

También exigió sensatez al fútbol en su discurso final y aseguró que su plan era crear un órgano que controlara la situación económica de los clubes. Pero no lo hizo. Durante su mandato se resistió a pisar el acelerador para que las entidades pagaran las monstruosas deudas que mantienen con Hacienda. Porque en ciertas cuestiones Lissavetzky se limitó a caminar sobre las aguas.

Posó con casi todas las medallas y trofeos imaginables. Pero no pudo celebrar el éxito de las diferentes tentativas olímpicas de Madrid. Tampoco el triunfo de la candidatura de España y Portugal para el Campeonato del Mundo del 2018. Ahora su candidatura será otra. Y la victoria o la derrota será solo suya.