Los años parisinos de Miró, la forja de un artista en busca de la raíz espiritual de la pintura

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Visitante ante el friso que Miró realizó en los años 40 para la «Exposición internacional del surrealismo».
Visitante ante el friso que Miró realizó en los años 40 para la «Exposición internacional del surrealismo». M. Toña | Efe

El museo Guggenheim de Bilbao repasa un período decisivo en la larga y prolífica carrera del creador barcelonés

10 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mi vecino Joan Miró pinta con los pies pegados a la tierra, la vida de la tierra le entra por las plantas de los pies como el amor y el calor y el frío, la vida de la pintura, que es arte en movimiento cadencioso y estremecido». Así se refiere Camilo José Cela al arte de su amigo —especialmente, de su época mallorquina—. Y es verdad que el pintor siempre defendió su conexión especial con la naturaleza y la tierra, que, decía, comienza en el tiempo en que su familia adquirió, cuando él contaba 18 años, la propiedad de Mont-roig, en Tarragona, que será fundamental para su imaginario y donde descubre la emoción de la soledad de los paisajes que marcan su obra incluso cuando logra liberarse de ellos. Pero no todo es rural en la construcción del universo artístico de este joven de origen pequeño burgués, que estaba destinado a la carrera comercial. También hay una gran ciudad, y no es Barcelona, que detestaba precisamente por su estrechez burguesa; es París. Ese gran centro —vibrante, urgente, cambiante— de su alma creativa es lo que explora la exposición Joan Miró. La realidad absoluta. París 1920-1945, que el museo Guggenheim de Bilbao inaugura este viernes y que podrá verse hasta el próximo 28 de mayo.

El director del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, y el comisario de la muestra, Enrique Juncosa.
El director del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, y el comisario de la muestra, Enrique Juncosa. Erika Ede | E. Press

Preparada por el comisario Enrique Juncosa, escritor y poeta balear, la muestra reúne más de ochenta piezas, algunas de colecciones privadas —como la de los hermanos Nahmad— y que apenas han sido exhibidas antes. La selección permite comprobar cómo París transformó su visión desde el primer viaje en 1920, en que quedó impactado por los cambios que allí experimentaba el arte, aunque es cierto que a partir de 1915 él ya había entrado en contacto con las vanguardias en la galería Dalmau donde expusieron creadores refugiados en Barcelona por la Gran Guerra como Picabia, Duchamp y los Delaunay (Sonia y Robert).

No le interesan los monumentos ni la vida social de la metrópoli francesa, pasea por la calle, ensancha su mundo de sueños, se empapa de la revolución que vive la cultura. Aquello supone para él una iniciación y a la vez un renacimiento. Es otra persona cuando regresa, aunque la radicalidad de su lenguaje provoque que lo abucheen, la sociedad de entonces no lo comprende, pero sí halla respaldo en sus amigos y colegas artistas. De hecho, su trabajo, incluso cuando su prestigio es ya de escala mundial, no le reportará grandes beneficios económicos. Hasta los años 50 no comienza a ganar dinero.

Alucinación sin drogas

Miró —explicaba sobre el centro de su labor— alcanza sin drogas estados de alucinación a través de una conmoción espiritual de la que no es plenamente responsable. A veces, por la vía del ayuno. Él está convencido de que el arte había perdido su autenticidad, su sentido, y que tenía que recuperar el aspecto mágico y espiritual de las manifestaciones primitivas.

En primer plano, una de las piezas de cerámica que complementan la exposición pictórica.
En primer plano, una de las piezas de cerámica que complementan la exposición pictórica. Miguel Toña | Efe

Siendo muy joven ya se embelesaba con el románico de los Pirineos en sus visitas al museo en Barcelona, donde también se maravillaba con las representaciones de las cuevas de Altamira y Castellón, estudiaba los petroglifos... Era un gran admirador de Paul Klee y de los poetas franceses Artaud, Tzara, Éluard, Desnos... Busca como ellos «la realidad absoluta», que ha de venir, sostenía, de lo que ve el ojo e interpreta el cerebro más el mundo de las visiones y los sueños. Es la suma —subraya Juncosa— de la realidad exterior y lo onírico que propone Breton, que primero desdeña la obra de Miró por considerarla «infantil y poco intelectual» y después acaba por definirlo como «la mejor pluma del sombrero del surrealismo».

Como sintetizó Octavio Paz, Miró «pintó como un niño de cinco mil años de edad», lo que vendría a ser como decir que poseía la mirada limpia de la infancia y a la vez la sabiduría del anciano.

Un puente entre Monet y el expresionismo abstracto

No era un animal social Joan Miró (Barcelona, 1893-Palma, 1983), sino más bien un ser retraído. Eso no le impidió estar pendiente de todo lo que se hacía a su alrededor y colaborar con otros artistas de distintos medios expresivos, incluso con músicos como Varèse, Satie, Cage o Morton Feldman. Gozó de una muy longeva y prolífica carrera artística, pero no es solo la amplitud de su producción lo que lo convierte en un artista único y decisivo. Para muchos expertos, con su inquietud, su empeño innovador, sus numerosas fases evolutivas, «está considerado como un puente entre el último Monet y el expresionismo abstracto estadounidense», reseña Enrique Juncosa. Hasta mostró una actitud precursora del arte conceptual cuando atravesó su etapa de la anti-pintura o de «la muerte de la pintura», en la que —aclaró después— solo pretendía el asesinato de lo que juzgaba «corrupción de la pintura» para provocar un renacimiento, un regreso a la pureza de las fuentes.

En ese camino hacia el expresionismo abstracto es clave la serie de las Constelaciones, representada en la muestra y que logró enorme prestigio en EE.UU. Está presente además en el Guggenheim la etapa de las grandes pinturas sobre fondo blanco y la época en que coincidiendo con la Guerra Civil realiza «cuadros feos», sobre materiales menos estéticos, renunciando a su facilidad para pintar, en un aciago expresionismo con el que se enfrenta a «la imposibilidad del arte de decir algo relevante» y en que los estudiosos advierten un anuncio del «goteo o pintura de acción». También se puede ver en Bilbao Peinture (o Femme au chapeau rouge), lienzo de 1927 vendido en el 2020 por más de 24,6 millones de euros.