Hollywood, históricamente, hace suya la cita célebre de Mark Twain. «Del paraíso me quedo con el clima, y del infierno, con las compañías». Por eso los angelotes como Matt Damon, Cruise o Leo DiCaprio son las minas de oro, hay que masajearlas, hacerles el lap-dance, calentarles el ego. Pero el corazón de papá pertenece en realidad a los barrabases. Con quienes de veras sueña en darse el revolcón el inconsciente colectivo de la industria del cine es con tipos como Mickey Rourke, Christopher Walken, Dennis Hopper, Gary Oldman, Sean Penn, Nick Nolte, David Carradine o este McConaughey, enterado ya de que no es Paul Newman. Con ellos y no con los cruises. Porque es preferible fiarse del hombre equivocado que de quien no duda nunca. Y ya dejo en paz a Fitzgerald, que voy a tener más delito que Baz Luhrmann.
Redenciones: Rourke, corazón de ángel caído, tan guapo de cara que decidió ir sajándosela, haciéndose injertos de corta y pega a lo Francis Bacon, dándose trompadas en combates de boxeo masoquistas hasta devenir monstruo. Y así lo readmitió Hollywood, rostro impenetrable, escuela del dolor, devolviéndolo al ring en The Hustler, pero solo para darle una paternalista cachetada.