Y hubo un silencio sepulcral en la platea del Dolby Theatre cuando MacFarlane, hablando de los actores que se metieron la mente de Lincoln para hacer el papel del presidente estadounidense, dijo que ninguno como John Wilkes Booth. A la sazón, el que disparó en la cabeza del mítico mandatario. Un humorista que hace bromas sobre el asesino de un presidente. Quizás demasiado incluso para Estados Unidos, aunque un comentario que no aguanta la comparación con la polémica en España por las críticas a los recortes de los actores en los Goya.
No hubo mucho más que destacar en MacFarlane en la gala de los Oscars, aparte de los previsibles chistes étnicos (sobre Penélope Cruz, Banderas y Salma Hayek, «tan guapos que no nos importa no entender lo que dicen») y sobre el poder de los judíos en Hollywood (aunque para hacerlo recurriera a Ted, el oso que protagoniza en la película que MacFarlane dirigió).