De fotógrafo y repartidor de panadería a portero: los conserjes que resisten en la zona noble de A Coruña

VIVIR A CORUÑA

Víctor lleva algo más de cinco años trabajando como portero
Víctor lleva algo más de cinco años trabajando como portero

Calculan que hay unos cuarenta en la ciudad, la mayoría empleados en edificios del Ensanche. «Es un trabajo en vías de extinción; las comunidades con portero pagan unos 400 euros», dicen desde una inmobiliaria

19 feb 2023 . Actualizado a las 17:03 h.

—¿Cómo está papá?

—Fastidiado, ahí anda.

La que podría ser una conversación de ascensor, literalmente, arrastra una familiaridad que solo existe cuando dos personas se ven las caras todos los días. Que saben lo justo y necesario del otro, pero entre los que surge un cariño innato propio de la rutina. Los pocos vecinos que aún tienen portero —aquel que reside en el edificio— o conserje —quien abandona la comunidad para la que trabaja cuando finaliza su jornada laboral— entienden esta relación. Son escasos los trabajadores que siguen dedicando su tiempo a la guardia y custodia de un inmueble, a ser amables con los vecinos y a tener los rellanos más limpios que una patena; la tónica general ahora es economizar costes y contratar un servicio de limpieza externo. Adrián calcula que habrá unos cuarenta en la ciudad y a la mayoría los conoce, pues de abundar, lo hacen en la zona de Juan Flórez, San Pablo y la plaza de Lugo

Adrián es todo menos lo que se espera de un portero: joven y tímido. Al menos con La Voz, a quien le hace un favor porque donde sí se reconoce es en el adjetivo «amable». Pide que no se le hagan fotos y es una pena, ya que sin superar los cuarenta años su imagen sería perfecta para encabezar un artículo que explicará, en próximas líneas, que el relevo generacional es prácticamente una quimera. 

Este coruñés apuntaba maneras como fotógrafo artístico, para lo que se formó. Pero la crisis del 2008 y su onda expansiva le impidieron vivir de ello. «Eran trabajos muy precarizados y tuve que buscar otra cosa». En esa búsqueda no se imaginó donde finalmente, y muy contento, terminó: en una comunidad de vecinos. «Fue casualidad porque empecé cubriendo una baja en unas oficinas por un amigo, y cuando se jubiló el anterior portero [conserje] de este edificio me llamaron y hasta hoy».

Define su trabajo como sencillo a la par que complejo. «Desde las ocho y media que llego al trabajo lo tengo todo organizado; el convenio dice que hay que limpiar todos los días el portal y una vez a la semana las escaleras. Teniendo en cuenta eso, reparto el tiempo con otras labores, como tener el garaje en buenas condiciones, las calderas, ayudo a los vecinos con lo que me pidan... Y luego hay horas muertas, no te voy a decir que no». Adrián es agradecido con su comunidad porque dice ser consciente de que económicamente a los propietarios les compensaría prescindir de su figura, «pero la gente valora tener a alguien aquí pendiente de todo, en lo laboral y en lo personal», comenta.

Que los vecinos de este edificio son encantadores no se va a poner en duda, pero tampoco que los residentes del barrio donde trabaja este portero tienen el poder adquisitivo más alto de la ciudad. «Es cierto que para algunas personas sí es importante que su edificio tenga portero, da caché. Pero también es verdad que la mayoría de vecinos no pueden o no quieren asumir este gasto, pues con un conserje el gasto mensual de comunidad por vivienda asciende a los 300 o 400 euros», comenta Antonio Correa, de la inmobiliaria BackHome, que confirma que en A Coruña prácticamente solo se pueden encontrar porteros en el Ensanche.

De hecho, también en esa zona trabaja Víctor. A las 13.00 horas del viernes se dispone escalera en mano a arreglar unos cristales de la fachada del edificio en el que lleva cinco años haciendo de hombre para todo. Este emigrante retornado de Cuba fue repartidor de una panadería antes que portero, pero su hija se enteró de que quedaba una vacante en este edificio y tuvo suerte. Porque así lo considera él, que trabaja de diez de la mañana a tres de la tarde e indica que le gustaría «trabajar más horas, pero así lo tiene estipulado la comunidad». Su jornada es de lo más completa: «Los lunes, miércoles y viernes hago la limpieza más profunda, pero tengo que estar siempre pendiente de que todo esté bien porque hay mucho trasiego de gente al haber varios negocios y una escuelita de niños». 

Asegura que se siente muy valorado por grandes y pequeños. Pero no tiene claro que a este tipo de oficios le queden muchos años de vida porque «parece que el trato humano ya no es tan importante, y es una pena».