Mató a los dos hijos de su pareja en A Coruña porque tenía un mal día, y la madre no lo evitó

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Javier Estrada, durante el juicio en la Audiencia Provincial
Javier Estrada, durante el juicio en la Audiencia Provincial GUSTAVO RIVAS

Javier Estrada cumple 35 años de cárcel por el infanticidio de los mellizos de su compañera, que salió de prisión tras pasar 10 años por omisión de socorro

24 abr 2021 . Actualizado a las 22:53 h.

Javier Estrada Fernández (Villablino, León, 1989) mató a dos niños de 10 años de manera salvaje hace ahora un decenio y tras ser detenido lo contó como si nada, sentado frente a la jueza con los pies encima del estrado. En una actitud chulesca que solo apaciguó cuando su señoría lo puso en su sitio, el infanticida relató lo sucedido en el tercero del número 13 de la calle de Andrés Antelo, en A Coruña. Sin necesidad de tirarle de la lengua, el autor confeso del doble crimen relató que aquel 21 de agosto del 2011 «no tenía un buen día». Así, como si nada.

Apenas había dormido la noche anterior. Estaba «nervioso y enfadado» porque su compañera y madre de los niños no había querido mantener relaciones con él. Enfurecido por ello, quedó en casa al cuidado de los críos, pues su pareja se había ido a trabajar. A mitad de mañana decidió explicarles el funcionamiento de los relojes de aguja. Los pequeños no sabían leer la hora y por mucho que él les explicaba no avanzaban. Se enfadó y uno de ellos cogió el despertador y lo tiró al suelo. «Ahí me puse muy nervioso», declaró.

Así fueron los hechos

Entonces cogió la barra de un armario y se fue hacia ellos. Adrián corrió hacia la habitación, mientras que Alejandro se fue a la cocina. Lo siguió y empezó a darle una y otra vez hasta que lo dio por muerto. Fue entonces en busca de Adrián. Al entrar en la habitación, el crío intentó enfrentarse a él, pero lo redujo de un solo golpe. Continuó agrediéndolo hasta que se le rompió la barra. Buscó otra arma y la encontró en la bicicleta. Le sacó el sillín y le dio con la parte del hierro en la cabeza. Entonces escuchó ruidos en la cocina. Alejandro agonizaba. También a él le dio con el sillín.

Inmediatamente después, cogió el cuerpo de Adrián y lo llevó a la cocina, donde yacía muerto su hermano. En una especie de macabro ritual, los acomodó uno al lado del otro, exactamente en la misma postura, con sus cabezas giradas, como si estuviesen durmiendo. Limpió la sangre del pasillo, llamó a la policía y esperó sentado a los agentes.

La escena del crimen era horrible. Hay funcionarios que acudieron a ese piso tras el doble homicidio, curtidos en mil envites, que aún hoy confiesan que se despiertan por la noche con imágenes que «jamás» habían «visto o imaginado».

¿Qué hizo la madre de los niños? Absolutamente nada. Estaba tan cegada por él, tan loca de amor, que miraba para otro lado cuando Javier los reprendía o les pegaba. Por cualquier cosa. Por comer poco, por comer mucho, por no hacer los deberes, por hacerlos mal, o porque no sabían leer la hora en un reloj de agujas.

Su madre, M. L. (A Coruña, 1980) también era de mano suelta. Tenía tres hijos fruto de dos relaciones anteriores cuando conoció al que terminaría siendo su ruina a través de una agencia matrimonial.

Javier llegó a declarar que nada más verla no buscó otra. Se gustaron y no había pasado ni un mes cuando decidieron vivir juntos en ese piso del barrio coruñés de Monte Alto. Al principio, el hijo mayor de su compañera residía con ellos, junto a los mellizos. Pero a las pocas semanas abandonó la vivienda. Lo hizo, según confesó el joven pocas horas después del homicidio, porque no se fiaba de Javier Estrada. Quien sí se fiaba y ciegamente era la compañera, una mujer que nunca ocultó que el homicida, hasta que sucedieron los hechos, era «el hombre de su vida».

La relación entre ambos era buena, según reconoció Javier Estrada, si bien el carácter inquieto de los pequeños provocaba roces en la pareja. Dijo que los quería aunque muchas veces lo sacaban de quicio, «pues eran muy traviesos y revoltosos».

También explicó que tanto él como su novia querían tener un hijo, pero sus problemas de fertilidad los abocaba a la adopción. Mientras que eso no llegaba, intentaron pedir ayuda a la Administración para mejorar el comportamiento de los pequeños, sin descartar su ingreso en un centro especial.

Que los querían lejos y vivir su amor sin más compañía que la de dos mesillas de noche, era algo cantado, según los forenses y testigos que acudieron a declarar. La persona que más empeño puso en hacer Justicia fue precisamente la mejor amiga de la madre. Porque fue testigo de muchas cosas. Presenció agresiones y cuando le decía a esta que aquel hombre no era bueno para ella ni para los niños, que lo dejara, aquella callaba. Continuando con una relación en la que todos los que tenían a su alrededor sobraban. Hasta una niñera que habían contratado le comentó a la madre que tuviese cuidado con su pareja, que le llegó a decir que si este «continuaba así, terminaría matándolos»

Ni siquiera pocos días después del crimen y antes de ser investigada por omisión de socorro, cuando para el mundo entero era una víctima a la que le habían matado a sus hijos, mostró rabia hacia Javier. En una entrevista declaró que este siempre se portó bien con sus pequeños. «Les ayudaba en sus tareas, a mi me ayudaba en casa, se preocupaba por sus estudios y nunca les puso una mano encima. Si hasta le llamaban papuchi», dijo. La mujer sospechaba que «algo le tuvo que haber pasado por la cabeza».

Hoy, ella ya está libre. Cumplió la condena de 10 años a la que fue castigada por la Audiencia Provincial. Javier Estrada, continúa en prisión. Y continuará sin pisar la calle, al menos, hasta el 2030. Cuando podrá disfrutar de permisos.