Retorno al pueblo sumergido

A CORUÑA CIUDAD

La falta de agua en el territorio cubierto por el embalse de Fervenza desmiente la leyenda de que se veían las casas de Os Baos como las habían dejado los vecinos

14 nov 2007 . Actualizado a las 02:00 h.

Cuenta la leyenda que dos ciudades de la Costa da Morte se hundieron por castigo divino. Una de ellas es la mítica Duio, en Fisterra, y la otra, Valverde, a la que, según la tradición popular, se la tragó la actual laguna de Traba de Laxe. La parroquia de Os Baos (Mazaricos-A Coruña) también quedó cubierta por las aguas del embalse de Fervenza en 1966. Carburos Metálicos construyó una presa de 107 hectómetros cúbicos para generar energía con destino a la fábrica de ferroaleaciones de Brens (Cee). Ahora es de Ferroatlántica.

Contaban por los municipios del entorno de Fervenza que cuando el nivel del pantano bajaba el viento hacía mover las campanas, que se oían desde lejos, y que también se veían los tejados de las casas. Sin embargo, la excepcional bajada de caudal estos días deja muy en entredicho el mito. Ni las campanas ni el templo se pueden ver en el otero que ocupaba desde 1867 porque la iglesia fue trasladada piedra a piedra a la aldea de Niñán, una de las dos que quedan de la parroquia prácticamente desaparecida. Allí están también el cruceiro y las sepulturas.

En Niñán se refugiaron algunos de los vecinos que tuvieron que abandonar los otros núcleos: Castrelón, O Ribeiro, Pazos, As Abeleiras y A Pesqueira. Sus habitantes se dispersaron por los municipios del entorno y algunas familias se trasladaron a Santiago y A Coruña.

La falta de agua en el territorio bañado durante años por el embalse permite ahora visitar los viejos lugares, de los que no queda prácticamente nada, salvo los cimientos de las casas. Los que abandonaron sus viviendas se llevaron también la cantería para las nuevas. Sin embargo, los que nacieron en alguno de los núcleos abandonados recuerdan perfectamente la disposición de las construcciones, sus lugares de juegos, los campos donde bailaban y trabajaban, cuál daba buenas patatas y dónde había buenos pastos.

José Rodríguez Canosa es uno de los vecinos de Castrelón que hace 42 años tuvo que marcharse del pueblo. Para acceder ahora al que fue su lugar de nacimiento tuvo que cruzar, después de muchos años sin poder hacerlo, el puente de Castrelón, la típica construcción rural sobre el río Xallas. La profunda corredoira que lo sigue está cubierta por unos dos metros de lodo.

El castro, siempre a flote

De su vivienda y de las de sus vecinos solo quedan algunas piedras que permiten adivinar por dónde discurrían las paredes. Las casas estaban abrigadas por un castro que las aguas nunca llegan a cubrir, ni siquiera cuando alcanzan su nivel más alto, pues queda una especie de isla donde se refugia una buena colonia de conejos, a juzgar por la cantidad de excrementos.

Solo de la aldea de Pazos, la situada junto a la presa, quedan las paredes de tres o cuatro casas. Lo demás desapareció, salvo en la memoria de los últimos moradores de una parroquia que más que por una leyenda será recordada por un desastre ecológico como el del sábado.