
Cada año, las calles coruñesas se llenaban por estas fechas de lo mismo: adolescentes vestidos con el mismo mono que llevan los mecánicos en los talleres corriendo de un lado a otro
01 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Teniendo en cuenta que el choqueiro —ese personaje disfrazado con lo primero que tiene a mano con resultados tan estrafalarios que no se pueden definir de otra manera— representa el culmen de la ideología carnavalera coruñesa, no fue extraña la irrupción de fenómeno típico de los noventa en la ciudad por estas fechas. Varias generaciones de chavales simplificaron esa espontaneidad al nivel de enfundarse un buzo azul de obrero, ponerse una careta cualquiera y echarse a la calle sin más. Este modelo de disfraz tuvo tanto éxito que llegó un momento en el que, si tenías 15 años, casi molaba más ir así que lucir un disfraz sofisticado y currado.
Cada año, las calles coruñesas se llenaban por estas fechas de lo mismo: adolescentes vestidos con el mismo mono que llevan los mecánicos en los talleres corriendo de un lado a otro. Además de la careta, resultaba imprescindible otro complemento: un pulverizador de agua para chiringar a todo lo que se meneaba. A mayores, los había que también llevaban harina y huevos, convirtiendo los lugares por los que pasaban en una guarrada. También, los más cafres, metían lejía mezclada con el agua en sus disparadores. Bajo la excusa del todo está permitido, le destiñeron la ropa a más de uno antes de asustarlo, claro está, con el conveniente cuarto de barreno. Con el tiempo, este disfraz trapalleiro cuyo origen muchos sitúan en Ferrol —por los buzos de los trabajadores de los astilleros que reciclaban sus hijos para apañar un traje sin gastar un duro— se convirtió en algo que solo hacía gracia a quienes lo llevaban. Y a veces, ni eso.
No sé si seguirán los buzos por ahí, como algo residual. Pero, desde luego, la mayoría no los echamos de menos. Ni siquiera los que algún año fuimos así.