El espíritu futbolístico de los jóvenes coruñeses es directamente proporcional al espíritu de sacrificio de esos padres que acarrean ilusiones cada semana hasta los campos de la Torre. No hay allí progenitor que no tenga grabados a fuego varios traumas meteorológicos. En mi caso, aquella madrugada de enero en que salimos de casa a cero grados y llegamos al campo a -1. Ni la bufanda, ni el gorro, ni los guantes, ni las dos cazadoras que llevaba puestas evitaron la congelación de las extremidades durante aquella muerte en directo. O también, aquel día de marzo en que jarreaba tanto y tan de lado por el viento marino que ni una sombrilla familiar habría impedido el encharcamiento de los pantalones. Sin una miserable cafetería donde entrar en calor, por cierto.
No hay duda de que el extraordinario desempeño del Deportivo juvenil en la Youth League ha avivado el orgullo de los coruñeses. Pero de manera especial el de esos padres que se han currado la afición y el espíritu deportista de sus vástagos. Muchos canteranos del Dépor también son hijos de los campos de la Torre, Elviña, Meicende.... Allí, nuestros chavales han tenido el privilegio de jugar contra blanquiazules de una u otra categoría (y menudas palizas se han llevado); contra muchachos que algún día podrán luchar también contra el Dinamo, el Bayern o el Manchester City.
Y en cierto modo, esa conexión con la cantera da sentido a todo ese desvelo de años, lluvia, frío letal, nordeste indómito... Sentir que formamos parte del ecosistema explica al menos en parte por qué el pasado miércoles había 20.000 espectadores en Riazor, donde el espectáculo fue fabuloso y donde, por cierto, sí te puedes tomar un café para entrar en calor.
