Surfear con permiso de la cuarta ola

Toni Silva OLEIROS / LA VOZ

A CORUÑA

Las escuelas de Oleiros viven un año de altibajos con cierres y protocolos

11 abr 2021 . Actualizado a las 23:30 h.

El covid ha venido para desmontar nuestra sociedad en todos los niveles. En este mismo periódico hoy podrá leer historias más graves que la que se relata en este reportaje. Pero nadie puede negar que el coronavirus se está riendo semánticamente con el mundo del surf. Por resumirlo: cuanto mayor es la ola del coronavirus, menos olas pueden disfrutar los surferos.

Así que, una vez que la gigantesca ola covid posnavideña amainó hasta hacerse espuma en la orilla, las tablas han vuelto a meterse en el mar desde la arena de Bastiagueiro y Santa Cristina, entre otras playas, bien a través de escuelas o por afición libre. Las primeras empiezan ahora a respirar el salitre con cierta confianza, después de verse afectadas también por los cierres que se sucedieron a finales del verano pasado y, no olvidemos, el duro confinamiento de marzo a mayo. «Cuando reabrimos, tuvimos que asumir los gastos de los protocolos», explica Nacho Vázquez, director de Galisurf, una escuela peculiar porque no se reduce a ensañar el dominio de una tabla, sino que lo hace en un contexto de aprender a valorar el entorno marino, el medio ambiente y la idiosincrasia de esta costa, además de desarrollar programas de inclusión a través del surf en los colegios.

Un monitor para protocolos

«Tuve que contratar un monitor más exclusivamente para que se dedicara a desinfectar los neoprenos, repartiese geles, vigilase el cumplimiento de las mascarillas», indica. Para visibilizar lo duro y engorroso de las nuevas normas, Nacho explica que los alumnos se desplazan desde la sede de Galisurf hasta la orilla con sus respectivas mascarillas, y allí se les recogen en una bolsa con su nombre.

A pesar de todo, él y sus alumnos -que abarca desde niños a veteranos de más de 60-, vivieron momentos de tensión cuando ellos se desprendían de la máscara pisando el agua, mientras que numerosos paseantes caminaban por la orilla sin ningún tipo de protección. «Al cerrar los bares, las playas se llenaron de gente, es entendible y no lo critico -matiza Nacho-, pero algunos pasaban entre nosotros y a veces me preguntaba para qué servía tanto protocolo».

Y después llegaron los cierres de finales de año y el de la resaca navideña. Nacho ya no habla de las consecuencias económicas de su negocio (durante el confinamiento y tras la Navidad tuvo que apuntar a sus dos empleados fijos en el ERTE), sino de lo que pierde cada usuario cuando se aleja de sus rutinas de la tabla y el neopreno. «Tenemos que estar motivando a cada chaval, es un bajón para todo el mundo, es como un tren que se para y hay que volver a arrancarlo, esa es la sensación», explica el monitor, para quien tampoco ha ayudado el popurrí de normas lanzadas desde las Administraciones. «Nunca se había federado tanta gente en tantos deportes, no es normal».

En la vecina playa de Santa Cristina tiene su campamento base Marea Surf School, bajo la gerencia de Juan Latorre. Él y su equipo fueron los primeros en colonizar este trozo de costa para el mundo del surf «allá por 1987».

Comparte los protocolos relatados más arriba por Nacho Vázquez, y añade que algunos de sus usuarios «optan libremente por llevar la mascarilla en el agua, eso no es obligatorio pero si así lo deciden…». Durante esta semana cargada de viento ha aprovechado para impartir varias clases de kitesurf. Juan ha palpado que la costa y el surf están siendo una válvula de escape en la pandemia, aquí cargan el aire más puro posible.

«El verano pasado, cuando se levantaron las restricciones, tuvimos muchísima gente ávida por echarse al agua y probar el surf, muchos extranjeros, visitantes de otras comunidades, y estoy seguro de que este verano, si las cosas no se tuercen, incluso podrá ser mejor», vaticina Juan.