Niño, deja ya de joder con la pelota

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Cada día hay alguna noticia que da buena cuenta de que los niños se nos han hecho una carga insoportable

16 ene 2020 . Actualizado a las 16:49 h.

Las palabras de Joan Manuel Serrat resuenan como el verso más terrible que resume lo que somos: una pandilla de viejos egoístas que no queremos a los niños cerca. Exagerado, dirán, si no fuera porque cada día hay alguna noticia que da buena cuenta de que los niños se nos han hecho una carga insoportable. Lo contaba el otro día mi compañero Alberto Mahía en las páginas de este periódico, donde informaba de que «El futuro Messi no saldrá de As Conchiñas». Da grima pensar que esas mismas personas que se sientan ahora achacosas en los bancos son los mismos hombres que daban patadas al balón hace unas décadas o mujeres que, si no jugaban al fútbol, se arremolinaban alrededor de esas pachangas con la alegría en el cuerpo. Eran otros tiempos, ¿no? Ahora, en cambio, quieren que las plazas públicas lleven su nombre propio, quieren aislar a esos renacuajos que pisan la pelota y que, desolados, cuentan que les echan la bronca solo por pasar corriendo al lado del balón.

Hay padres quejosos de que sus hijos estén todo el día bajo la lupa de las pantallas de los teléfonos móviles, y sin embargo, es ponerlos de patitas en la calle a echar un partido de fútbol y enseguida los metemos de nuevo en la guarida. Lejos de donde molesten, con el argumento -decía uno de los señores afectados por tanto rebumbio- de que «As Conchiñas no es para que estén jugando con la pelota entre la gente». ¿Y qué son los niños más que gente? ¿O ya los hemos convertido en seres de otra galaxia?

No seré yo quien niegue la necesidad de un espacio más amplio que As Conchiñas para que los niños del Agra y de la Ronda puedan desfogar y jugar como les corresponde, pero no seré tampoco quien defienda esa segregación que imponen los que cómodamente se apuntan el tanto de «este banco público es mío», «esta plaza es mía», con el valor de la edad. Porque si no, pronto nos veo a los coruñeses construyendo parques para viejos (prefiero llamarlos así en esta crónica) para que no les sople el viento de la juventud en la cara. Habrá parques para viejos, para perros, para señoras rubias, para morenas solteras y para talluditos de buen ver, porque estamos que no nos soportamos unos a otros.

Me gustaría pensar, eso sí, que detrás de este rechazo a los niños que juegan en As Conchiñas no hay nada más. No hay un tufillo racista ni nada parecido, porque quien conoce el barrio sabe muy bien que los chavales que juegan en esa zona no son precisamente los nietos de los señores que se sientan en los bancos. Pero nada une más a los niños africanos, latinoamericanos, chinos y gallegos que un buen partido de fútbol, que sirve de manera natural como el mejor elemento integrador para la buena convivencia. Mejor el balón que otros malos hábitos en las plazas. Mejor los goles. Mejor jugar que segregar. Niños, ya sabéis, al rechazo de los mayores hay que echarle todavía más pelotas.