Es ver a un «runner» y echarme a correr

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

13 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de que esta ciudad se convirtiera en una pista de atletismo, yo tenía amigos. Recuerdo que quedaba con ellos los fines de semana para tomarme una caña, incluso los días de otoño, cogíamos el coche y nos íbamos a pasar el día por ahí, de excursión, como si no hubiera una meta. Si por ejemplo se te ocurría coger el teléfono, sobre la marcha, podías llamarlos y decirles ese clásico coruñés: «¿Qué? ¿Bajas?», y ya no había más que hablar. Un punto de encuentro nos alegraba la mañana para charlar improvisadamente. Pero desde que todos mis amigos se han vuelto runners eso se ha esfumado. Cuando no están corriendo, están preparando la carrera, cuando no, están descansando del maratón, se estiran, se encogen y lo que es peor: se han consumido. Antes, la gente de Coruña, los coruñeses de pro, no tenían este aspecto de ahora tan desmejorado, tan sudado. Los domingos se acicalaban, salían con sus hijos a tomar el vermú relajadamente y nadie se cronometraba. ¿Y ahora? Fíjense, fíjense bien. Se les ve venir de lejos, sobre todo a los que han cumplido los cuarenta o se aproximan. Igualitos, igualitos. Chupaos, rechumidos, como salidos del averno zombi, en bloque. ¿Dónde están aquellas barrigas hermosas, aquellos muslos que daba gusto verlos, aquellos mofletes para pellizcarlos, aquellos escotes? ¿Por qué este correcaminos sin fin? ¿De qué huyen?

Vale, hay estudios que afirman que correr produce el mismo efecto que fumar marihuana, ¡pero si ya la fumábamos! ¿A qué la necesidad de hacerlo con este sobreesfuerzo? Cuando en Coruña solo había dos que hacían running -entonces era footing- los teníamos localizados, representaban lo distinto, así que los podías llamar por el nombre. Y saludarlos. Como a aquel coronel que a diario se hacía sus kilómetros hasta Bastiagueiro. O alguna otra que se enfundaba el chándal (el de felpa, y no el rollo fitness de Oysho) para desbocarse por el paseo. Pero en los tiempos que corren (permítanme la gracia) a toda esta marabunta no la podemos identificar, porque además de ser muchos, llevan todos lo mismo: ¡que yo en mi vida pensé que hubiera que ponerse tantos gadgets! Las madres, que corremos de una manera común, no tenemos pulsómetro ni cinta en el pelo, ni AppleWatch ni gafas de policarbonato. Corremos y punto, y lo que es mejor: sin cortar la calle. Pero diles tú a todos mis colegas que esto de dejarnos Coruña incomunicada no es justo. Si están encantados, si piden que no les hagan madrugar para poder ir a las carreras más tarde. Lo que debe hacer el mundo es ajustarse a los runners, que van por delante. Ay, entre las carreras, el túnel, el gálibo (grande mi compañero Luís Pousa en su crónica) cada vez me siento más perdida, como Forrest Gump. A lo tonto y con todo mi cariño: es ver un runner y echarme a correr.