María Dolores jugaba, entre otros, con Tomás Martínez. «Los hijos de los trabajadores siempre andaban por allí, correteando de un lado a otro». Como él, disfrutó de una infancia rodeada de animales. «Claro, había de todo: vacas, conejos, gallinas,... Lo que más nos gustaba era ver a los pavos reales, que eran preciosos. Como andábamos todo el día por ahí, mi madre nos ponía un mandilón para no manchar los vestidos».
Al casarse, María Dolores dejó la granja. Tomás tampoco siguió trabajando allí. Fueron parte de la última generación de niños que crecieron en ese clima antes de que Lavedra (la actual avenida Alfonso Molina) la cruzase, dividiéndola en dos. «La Diputación tenía ahí un auténtico tesoro», sostiene Santolalla. En 1964 se inauguró un nuevo centro en Guísamo. Y la granja de Monelos empezó a ser un recuerdo sepia. Ese que ahora luce orgulloso en Palexco.