La mayoría de los actos celebrados ayer en el Obelisco, Palexco o las estaciones de viajeros concluyeron con el regalo de diferentes obras, muchas, rescatadas del olvido
24 abr 2010 . Actualizado a las 02:00 h.«Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él». Esto le contaba su padre a Daniel, el protagonista de La sombra del viento , la primera vez que lo llevó a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Los numerosos actos celebrados ayer en A Coruña con motivo del Día Internacional del Libro evocaban ese lugar en el que cada volumen espera, escribió Zafón, «las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu». Y es que ayer muchos libros cambiaron de mano, encontraron otro lector. Ocurrió con los volúmenes empleados para componer los últimos versos de Negra sombra , de Rosalía de Castro, en la explanada de Palexco. Allí, Diego Calvo, delegado de la Xunta, leyó una declaración institucional, anunciando que su Gobierno «continuará na liña de apoio ao libro galego, como unha das prioridades culturais da comunidade». Particulares e instituciones cedieron los libros de todo tipo que el público que pasaba por el lugar se iba llevando. «A mi me dijeron que no había que pagarlos», apuntaba un paisano con media docena de volúmenes bajo el brazo. Escolares del colegio As Revoltas, de Cabana de Bergantiños, leyeron algunos poemas de Rosalía.
Poco antes de otros dos libros se disponían a cambiar de manos: Los pazos de Ulloa abandonado ante la estatua de su autora, en los jardines de Méndez Núñez, y La tribuna , en la nueva plaza de la Fábrica de Tabacos. La casa museo se sumaba así al bookcroosing .
Mientras tanto, en las casetas de la Festa do Libro y en las librerías de la ciudad las ventas tenían un diez por ciento de descuento; en las primeras el obsequio era un libro de citas sobre ciencia con el sugestivo título de Lectura conciencia .
Y los que viajaron, tanto en tren como en autobús, tenían la opción de llevarse para el trayecto alguno de los libros depositados en las respectivas estaciones, en el caso del tren sobre un original convoy ferroviario.
El acto central de la tarde era la quedada en el Obelisco para leer en voz alta, un encuentro para el que hasta cerró la concurrida caseta del consultorio de lectura y un mimo vestido como Chaplin entregaba invitaciones a cuantas personas pasaban por los Cantones.
Políticos, escritores o bibliotecarios leyeron en voz alta los libros que habían llevado, o los que los organizadores les facilitaron, lecturas de todo tipo, desde una gastada Enciclopedia escolar hasta Xohán Cabana, Benedetti o Millás, además de los niños con sus cuentos. «Os índices de lectura deberían cotizar a diario, como os da Bolsa», apuntaba una de las asistentes.
Textos leídos en versión original, acompañados de música, sonaban en O'Delito, en el Papagayo por el que un día pasó el Pascual Duarte de Cela. Y a las diez de la noche, en el reloj de Correos, sonó la Negra sombra , que parecía decirles a nuevos dueños de los libros «nin me abandonarás nunca/ sombra que sempre me asombras».