Con 15.000 habitantes, es fácil suponer que en la pequeña localidad salmantina de Béjar todo el mundo se conoce. Pero a Evaristo Sánchez un poco mejor. Se pregunte donde se pregunte, ya sea junto a la primera plaza de toros construida en España, en la cafetería del hotel de Laudelino Cubino o en la estación de esquí de La Covatilla, le dirán a uno que Evaristo es un hombre al que la vida le dio duro, que no le ha devuelto los esfuerzos y desvelos por llegar a lo que hoy es, un reconocido empresario del automóvil, que soporta la crisis del sector sin estrecheces y que ahora, si pudiera, «lo cambiaría todo» por tener todavía a su lado a su primer hijo y a su esposa. Perdió a los dos. A uno, hace once años, en un terrible accidente de tráfico en el que también falleció la que era su novia. A ella, hace hoy doce días, en A Coruña, por apoyarse en una barandilla en mal estado y caer desde una altura de cinco metros.
El camarero de una cafetería próxima al Ayuntamiento de Béjar, que tenía trato con el matrimonio, cuenta que Evaristo e Isabel trabajaron toda su vida como chinos. Ese tipo de personas que no ponen horario a sus negocios. Los americanos dirían de ellos que son personas hechas a sí mismas. En Béjar dicen que se trata de dos personas «que se han ganado lo que tienen», que todo lo que han alcanzado fue por «trabajar duro y ser honrados». Luego, añadía lo que añade todo el mundo en estos casos: «Pero la vida fue cruel con ellos». Sobre todo con Evaristo, que a la muerte de su hijo, con 21 años, se une ahora la de su esposa.
También los periódicos salmantinos recogían la tragedia de este hombre y traían, perdida en medio de todas las crónicas, una frase repetida como una jaculatoria: «El viudo de la fallecida ya había perdido un hijo en accidente de tráfico hace once años».
Dice que estaban saliendo de aquello. Pero pocos le creen. El mismísimo alcalde de Béjar, Cipriano González, duda de que superaran aquel drama. «Les gustaba viajar, intentando superar aquella terrible pérdida, pero siempre tenían presente la falta del hijo», asegura.
Que Evaristo era un hombre conocido en esta ciudad se ve en las tres fotos que cuelgan de su despacho. Se le ve a él poniendo el maillot al vencedor de una etapa de la Vuelta Ciclista a España.
Empresario
Evaristo e Isabel se ganaron la vida en un sector nada común en Béjar. En esta ciudad, de calles estrechísimas y abalconadas, en la que la gente todavía da las buenas noches cuando se cruzan con un desconocido y los peatones adelantan a los coches, sus habitantes tienen, principalmente, dos opciones y ninguna es la del automóvil. La mayoría vive gracias a la estación de esquí, pues reparte dinero a espuertas gracias a la gran cantidad de portugueses y castellanos que se hospedan en la ciudad para luego lanzarse por una de sus 18 pistas. La industria textil es otra de las fuentes de riqueza.
Era un matrimonio «pudiente» gracias al taller y concesionario que lleva el nombre de él y un pequeño negocio que regentaba ella junto a su segundo hijo. Su padre dice que lo lleva «mucho peor» que él. En Béjar se encomiendan a que uno tirará del otro. Como dos cerezas. Evaristo recuerda que tras el accidente llamó a su hijo para darle la noticia. Pero no pudo. «No me atreví a decírselo. Solo le dije que su madre se había roto una pierna y le pedí que le pasara el teléfono a su novia, a quien pedí que le transmitiera la noticia», recuerda.
Con 52 años, llevaban muchos viajando. Siempre que podían, que se avecinaba un puente, organizaban una nueva ruta. Lo suyo era turismo de tres y cuatro días, el tiempo que le permitía sus negocios. «Nunca cerramos más que en los festivos, así que teníamos que aprovechar cualquier hueco», recuerda Evaristo, al que le asoman unas lágrimas pensando en la reserva de hotel en Jerez para acudir juntos al inminente Gran Premio de Motociclismo.
Bregados en mil viajes, había una zona en España a la que le llevaban tiempo poniendo el ojo, la costa de la provincia coruñesa. En esta ocasión, lo organizaron junto a un matrimonio amigo y la hija de este. En sus respectivas autocaravanas, se aventuraron hacia Galicia. Pusieron rumbo a Fisterra. Era jueves y el clima invitaba a pasear por las playas. No hacían más que sesenta kilómetros al día. Primero fue Santiago, luego Fisterra, también Muros, Muxía, Malpica, Caión y A Coruña. No tenían prisa en volver a Béjar. Isabel quería seguir viajando. Toda la vida.