La última galardonada con el premio María Wonenburguer dirige uno de los centros más avanzados del mundo y dice que cada vez ve más mujeres científicas
23 nov 2021 . Actualizado a las 08:49 h.Victoria Lareu (Santiago, 1960) dirige desde un despacho muy normalito uno de los principales laboratorios forenses del mundo. Cercana y resolutiva tiene una conversación de esas que hace lamentar que la página sea tan corta. Todo lo que dice es interesante.
—Lo primero es darle la enhorabuena. Le habrá felicitado mucha gente.
—Sí, mucha gente. Eso hace que de alguna manera te sientas querida.
—Le llamaría Carracedo también.
—¡Hombre! Empecé a trabajar con Ángel cuando yo tenía 26 años y tenemos una relación de amistad que va más allá de lo profesional. La genética forense empezó aquí gracias a él. Y yo tuve la suerte de rodearme desde el principio de gente muy importante y muy inteligente. Ese es mi mérito.
—Un mérito muy importante.
—Muy importante. Cuando yo llegué, Ángel llevaba poco tiempo con esto. Y recuerdo no tener dinero para comprar reactivos. Lavábamos las puntas de pipeta una a una, hacíamos nuestros moldes de metacrilato en la cristalería... Ángel tiraba para adelante y eso nos llevó a donde nos llevó. Y luego, la gente que vino para aquí fue gente trabajadora e inteligente.
—Es que este trabajo de buscar al culpable tiene un plus... como novelesco.
—Es un trabajo muy bonito. Porque no es nada rutinario y tiene un efecto social muy importante. Todo lo que trabajas tiene una repercusión inmediata. Nos parece que nunca vamos a vernos envueltos, por ejemplo en una agresión sexual, pero esas cosas suceden. Y es satisfactorio descartar a un sospechoso, igual que demostrar lo contrario. Nosotros no decimos si alguien es culpable o no. Eso lo decide un juez. Nosotros decimos si una muestra biológica pertenece a un individuo o no.
—La verdad es que se han visto casos en los que una prueba de ADN ha salvado a alguien del corredor de la muerte.
—Exactamente. Yo creo que la gente que trabajamos en genética forense no podemos creer en la pena de muerte. En todos los ámbitos se cometen errores y en este puede suponer la pena capital.
—¿Le gustan las películas policíacas?
—No es mi género favorito. No veo CSI, por ejemplo. Si es una buena película, me gusta. Independientemente del género.
—Aquí también hacen toxicología.
—Sí. A partir de una muestra podemos determinar si ha consumido un tóxico, si ha sido envenenado... incluso analizando un pelo.
—Si yo me dejo un pelo aquí, ¿qué podría averiguar de mí?
—Si se deja un pelo, una gota de sangre o la huella de un dedo. Que es una persona caucasoide europea, o africana subsahariana, o de Oceanía, asiática... el origen biogeográfico. Y además podemos decir el color del pelo, de los ojos y de la piel. Y con marcadores epigenéticos, podemos decir la edad con más menos dos años de error. Ya se han resuelto casos en otros países con el trabajo que se hizo aquí.
—De todos modos, Galicia es un lugar con, por decirlo así, poco movimiento criminal.
—Sí, pero, así como antes, agresiones sexuales teníamos de vez en cuando, ahora, cada vez tenemos más. Más denuncias. Y hay muchos casos de gente que aparece en un sitio y no sabe cómo llegó allí.
—Hábleme de la relación entre la mujer y la ciencia.
—Yo cada vez veo más mujeres en ciencia. En mi especialidad, en los congresos, la mayoría son mujeres. Los jefes aún siguen siendo más hombres. Pero creo que esto está cambiando, es cuestión de poco tiempo. No veo diferencias ni de trato, ni de oportunidades para que en la genética forense una mujer no pueda alcanzar el mismo objetivo que pueda alcanzar un hombre.
—A usted le han dado un premio que solo se otorga a mujeres.
—A mí me gustaría que los premios no tuvieran sexo. Porque la inteligencia no tiene techo de cristal. Pero opino que todas estas medidas, en un momento determinado, son necesarias para visibilizar a la mujer en diferentes ámbitos de la vida.
—Su trayectoria es impecable.
—He tenido suerte de caer en un sitio como este y trabajar con gente maravillosa. Pero yo he trabajado muchísimo. Ser investigador no es un trabajo de ocho horas. Nosotros vivíamos aquí. Mi punto de inflexión para plantearme el trabajo fue la maternidad.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Dos. Cuando fui madre ya vi que había dos facetas importantes. Y la vida cambia.
—¿Qué caso, de los que ha ayudado a resolver, le satisfizo más?
—Yo no hablo de los casos, aunque la Guardia Civil me dio una medalla por la resolución de un caso complejo. Y también puedo citar una agresión sexual con asesinato. Hacía 17 años que buscaban al agresor y con una muestra de ADN hicimos un perfil biogeográfico que permitió detener al culpable.
—Bueno, a los clásicos: ¿Celta o Dépor?
—No soy nada futbolera. Yo solo quiero que ganen los gallegos.
—¿Y si juegan dos gallegos?
—Pues que gane el mejor. De todos modos, le diré que yo sí que sé lo que es un fuera de juego, ja, ja.
—¿Qué hace en el tiempo libre?
—Lo que todo el mundo: estar con mi familia y con mis amigos; irme cerca del mar. Y leo mucho.
—¿Qué lee ahora?
—Patria [de Fernando Aramburu]. Y antes leí Nada, de Carmen Laforet, que no lo había leído nunca y me encantó. Mi autor favorito es Shakespeare.
—¿Le gusta la cocina?
—Cuando me pongo, me sale bien, pero no soy de MasterChef, quiero decir, que no me pongo a hacer pitifuá de nosequé.
—Dígame cómo es usted en pocas palabras.
—Eso es muy difícil... Soy trabajadora y responsable. Muy buena amiga y nada pretenciosa, creo.
—Una canción.
—Bohemian Rhapsody, de Queen. Me encantó la primera vez que la escuché.
—¿Lo más importante en la vida?
—Estar en paz contigo misma y tener capacidad para querer.