Una metáfora científica

CIENCIA

Jesús Hellín

26 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los científicos -expresión visible de nuestro tiempo- nos acaban de enseñar algo que los lógicos -cuando los había- ya conocían: que identificar la causa de un mal -como la ínfima posibilidad de que una vacuna anticovid-19 genere un trombo- no significa que eliminar esa causa sea una solución inteligente, ya que el mal que se evita puede ser muy inferior al que se genera. Y por eso aprovecho esta popular afirmación para explicarles que en política sucede lo mismo, y que cuando un sistema produce efectos secundarios indeseados, no siempre hay que bloquearlo o cambiarlo, ya que los males que se evitan pueden no compensar los beneficios que se pierden.

 El cambio sistémico vivido en España en los últimos seis años, detonado por el tsunami de indignación y desafección política generado por la anterior crisis, y cuyo principal agente fue un electorado empeñado en acabar con el bipartidismo ¡ya!, sin evaluar las consecuencias que ese desarme podría producir, está basado en dos conclusiones analíticas, todavía vigentes, que tienen la desgracia de ser falsas. La primera viene a decir que todos los males que tuvimos que padecer, como los recortes y la corrupción, nacen del bipartidismo imperfecto alumbrado por la Transición, y que la conditio sine qua non para salir del hoyo era generar un Parlamento fragmentado y con mayores distancias ideológicas, desterrar las mayorías absolutas y promover coaliciones heterogéneas que se vigilen desde dentro. La segunda idea fija era que tales coaliciones, que los teóricos de la democracia consideran de alto riesgo, por la merma de gobernabilidad que generan, tienen un antídoto universal en el diálogo, al que se le atribuía la virtud de superar todos los obstáculos imaginables.

El resultado de aquella degradación sistémica es que, lo que antes era bipartidismo imperfecto, es hoy una radical confrontación de bloques; que la dispersión partidaria es tan grande que solo existe la posibilidad de crear mayorías incoherentes e inestables; y que los ámbitos en los que estaba residenciado el diálogo -parlamentos, debates, acuerdos transversales y bases constitucionales de amplio e indubitado consenso- conforman hoy un campo de Agramante en el que todos los temas, actores, debates y circunstancias se convierten en ocasiones para la confrontación y el ácido intercambio de insultos y descalificaciones. Y de ahí se deriva que todos los debates esenciales hayan sido sustituidos por rifirrafes banales que nada tienen que ver con las angustias del momento.

La confrontación entre Iglesias y Monasterio, buscada por los dos, es la última demostración de que hemos caído en el cepo del populismo fragmentado, de que la política está embarrancada, y de que no se vislumbran vientos de cooperación y diálogo para regenerar el orden y la gobernabilidad democrática. Porque este problema ya no lo pueden resolver los políticos, que, lejos de ser la causa, son las víctimas más visibles de este error. La solución solo reside ya en el cuerpo electoral.