La cultura también da de comer

CARBALLO

23 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Una adolescente de Mazaricos entusiasmada le dice a su madre: «Vannos pagar». Es un acontecimiento, nunca se había visto en otra parecida aunque ya lleva unos años largos dándole a la pandereta, el baile, el piano y algún que otro instrumento con mayor o menor fortuna. Y no, no se trata de que la haya contratado ninguna gran orquesta, ni que, de repente, su afición musical, o más bien intención de pasar el rato entre amigos con una actividad divertida, le vaya a suponer un suelto. Resulta que al grupo de música tradicional del que forma parte lo han llamado para actuar en Fisterra, porque los vieron por la tele y les gustó lo que hacían. Su sorpresa por esa remuneración, de la que probablemente ni siquiera le toque nada directamente, ilustra a la perfección la cantidad de veces que tanto ellos como otros tantos conjuntos similares de la zona han acudido a festivales, encuentros, fiestas... sin ver otro dinero que el que tienen que poner para pagar la gasolina, los instrumentos y todos los gastos que implica el simple hecho de querer subirse a un escenario con la idea de pasárselo bien y mantener vivo lo que es una parte importante de nuestra historia.

Es un ejemplo minúsculo, que en el mejor de los casos a ella le servirá para que la próxima vez que haya que cambiar vestuario no tener que insistir tanto en casa, pero que se da también entre músicos más o menos profesionales que deberían vivir de su talento y esfuerzo, pero no lo hacen por como está construida la sociedad, los gustos y el respecto que hay hacia los trabajos en los que lo fundamental no es ofrecer un producto físico.

El director de la Escola de Música y de la Banda Municipal de Música de Cee, Fernando Fraga, decía en una entrevista hace unos meses que le habían ido a pedir a casa para unas fiestas de la zona y no les dio nada. No concibe que las comisiones se puedan gastar decenas de miles de euros en contratar orquestas que, más o menos, hacen todas un espectáculo muy parecido y, sin embargo, le parezca mucho invertir unos pocos cientos en la banda o querer que los gaiteiros que llevan toquen desde el amanecer a la puesta del sol, prácticamente por la comida.

Tampoco se trata de que cualquier niño que coge una gaita o una pandereta lo haga porque presuponga que eso le va a suponer un billete para la hucha, pero sí parece que tres lustros largos del siglo XXI son tiempo suficiente para darse cuenta de que la cultura también le da de comer (o debería) a muchas familias y no es solo cosa de grandes estrellas y productores multimillonarios. Es un bien social de primer orden y, como tal, merece una protección y una estima, también en el plano económico.