Vivir sin permiso... en A Laxe

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

El caso de Soledad nos recuerda que la realidad es como el guion de una serie

07 oct 2018 . Actualizado a las 09:16 h.

Durante los dos últimos veranos, he escuchado muchas anécdotas en Vilagarcía sobre los encuentros en el supermercado con los actores Álex González y José Coronado. Estas minucias despertaban una lógica expectación ante el estreno de la serie que rodaban en la comarca. Así que hace dos lunes, nos sentamos frente al televisor para ver cómo trataban en Tele 5 «el tema», nuestro tema, ese narcotráfico que primero negamos, luego fue lacra y ahora, ya ven, se ha convertido en atractivo turístico.

Desde aquella Sardiñeira de Matalobos, la serie gallega que por primera vez trató el narcotráfico en la ría, estrenada en abril de 2009, hasta esta Oeste por donde se mueven José Coronado y Álex González, convertidos en el capo Nemo Bandeira y su lugarteniente Mario Mendoza, pasando por Fariña, la serie que ha popularizado «el tema» en España hasta límites que no se imaginan en Galicia... Desde Sardiñeira hasta Oeste, Vilagarcía y O Salnés han sido retratados en televisión como el epicentro de un mundo siniestro de códigos de silencio, violencia, riesgo, presiones, boicots, miedo y muerte.

Quienes conocimos esos años duros, cuando el narcotráfico campaba a sus anchas y nadie en Madrid hacía caso a los avisos que llegaban desde Arousa, sabemos que aquí no vivíamos en el infierno. Simplemente, había dos realidades paralelas: por un lado, el mundo del narcotráfico y por otro, el mundo de los demás, que vivíamos, en general, ajenos al problema y a sus consecuencias. Es más, aquellos dos mundos se juntaban cuando acudíamos a las zapaterías, las tiendas deportivas, los locales de hostelería y otros negocios de los narcos, donde encontrábamos oportunidades y precios imbatibles.

Aquella comodidad de mirar hacia otro lado e, incluso, de aprovecharnos de las ventajas comerciales de los narconegocios, cambiaron cuando las madres de la droga reaccionaron y se levantaron contra el abandono y la dejadez del Estado y contra la impunidad de los narcotraficantes. La sociedad arousana despertó y, por fin, nos dimos cuenta de dónde estábamos metidos y de a dónde nos podía conducir aquel estado de cosas.

Hace dos lunes, estrenaron Vivir sin permiso y, al igual que pasó con Fariña, vimos la serie con estupor, preguntándonos cómo fue posible que todo eso sucediera sin que la ría entera se levantara contra los narcos y su entorno, contra su poder, su violencia y sus presiones. Porque tardamos mucho en reaccionar, reconozcámoslo, preferimos mirar hacia otro lado y callar durante años. Ahora nos parece increíble todo aquello, el silencio, la comodidad, la inercia, la cobardía... Pero pasó. ¿Y saben lo peor? Pues que sigue pasando.

Cuando mañana lunes vean un nuevo capítulo de Vivir sin permiso, no se pregunten cómo pudo suceder aquello sin que nos inmutáramos durante años, pregúntense cómo puede estar sucediendo hoy mismo algo parecido ahí al lado, a quinientos metros del río del Con y de la avenida Rodrigo de Mendoza de Vilagarcía de Arousa. En A Laxe, en la calle Monte Xaquín, donde una familia vilagarciana, el padre, la madre, los hijos, la nuera, sufre lo mismo que padecen los personajes retratados en Matalobos, Fariña o Vivir sin permiso que se oponen al narcotráfico.

Soledad y su familia compraron una casita en A Laxe hace once años. Se instalaron y, al poco tiempo, empezaron a darse cuenta del trapicheo que existía en la zona. No querían que sus hijos se movieran en aquel ambiente ni correr el riesgo de que acabaran engullidos por la droga, un peligro cierto si nos basamos en los antecedentes que cualquier arousano ha conocido.

Estas denuncias provocaron la inmediata reacción de quienes controlan el barrio con sus códigos de silencio y sus presiones, o sea, la «omertá» mafiosa como nebulosa sensación que invita a callar, mirar para otro lado y que cada uno haga su vida mientras no me salpique a mí en forma de violencia, de extorsión, de muerte, y saben que no exagero. A quien sí le tocó fue a Soledad y a su familia como antes les tocó a los primeros que reaccionaron contra el narcotráfico en la ría.

Un día apareció un hombre masturbándose en la ventana de la casa de Soledad, después llegaron los insultos, cuando salía a la calle, y los escupitajos a su paso, lo siguiente fue impedirle pasar por el camino hacia su casa. Mataron a sus gatos, dispararon a sus perros, pincharon las ruedas de su coche... Como no se amilanaba, el acoso subió de grado: cortaron los frenos del coche de su nuera, que acabó estrellándose contra otro, y después estamparon su propio automóvil contra la pared de su casa.

¿Cuál ha sido la reacción de su entorno? Pues decirle que se vaya, que desista, que no se complique la vida, que mire para otro lado y escape de su casa y de su barrio. Otra posibilidad es, como la propia Soledad dice, «festejarles las gracias y toda esa mierda que hacen aquí». Pero va a ser que no. Soledad, heroína resistente, ni se pliega, ni se acomoda, ni se va. Quizás dentro de veinte años se estrene una serie con su historia. Se llamará Vivir sin permiso en A Laxe y entonces todos nos daremos golpes de pecho y nos preguntaremos cómo pudimos permitir que sucediera.