
Las botellas de Paco & Lola nos han enseñado que la osadía es un arma de valientes
06 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La tarde que descubrí en el estante de una humilde frutería de barrio de Cáceres una botella con lunares, supe que Paco & Lola se había convertido en una marca con prestigio capaz de llevar su albariño a cualquier rincón del mundo, en concreto, a 40 países. He vivido tan de cerca la evolución comercial y de imagen del albariño que cada vez que una de sus botellas triunfa, me siento parte de ese éxito. La última vez fue en Tupío, un restaurante de Miajadas (Cáceres) que no lleva ni medio año abierto y ya tiene un sol Repsol. Su sumiller, el toledano Mario Fernández, fichado del restaurante zamorano Lera (una estrella Michelin), escogió una botella mágnum de Rías Baixas Fefiñanes para acompañar la comida, la sirvió con Coravín, ese artilugio que elimina el oxígeno malhechor, y fue un placer disfrutar de un albariño bien conservado a 750 kilómetros de Cambados.
Esta semana, supimos que la marca Paco & Lola, con motivo del vigésimo aniversario del proyecto, iba a eliminar los lunares de su botella, una imagen de marca que identificaba los vinos de esta bodega creada en 2005 por la iniciativa de 300 familias. Tras el susto inicial, descubrimos que se trataba de un nuevo giro de imagen: esos círculos serán, a partir de ahora, lunares ventana con retratos de las 430 familias que hoy constituyen la base social de la Cooperativa Vitivinícola Arousana SCG.
Aquel diseño, tan criticado por miedosos y conservadores cuando apareció, fue premiado en Los Ángeles, pero lo que más satisface a las 430 familias que forman hoy el universo de Paco & Lola es haberse convertido en la cuarta sociedad vitivinícola con más facturación entre las bodegas de O Salnés, con 11,3 millones de euros, y la segunda por el número de empleados, con 30 trabajadores, solo por detrás de los 90 de Martín Códax. Paco & Lola es un símbolo del espíritu de modernidad y atrevimiento que ha convertido el Rías Baixas en un vino prestigioso con una poderosa imagen.
¿Quién dijo miedo?, esa frase está en la base del éxito. Y el camino ha sido largo, pero sin dejar de avanzar ni romper moldes. Cada paso adelante ha provocado ceños fruncidos y alguna incomprensión desde que, en Cambados, en los años 50, Casa Germán, abierta en 1928, y la taberna de Aniceto empezaron a servir el vino en copas. Ese salto de la taza a la copa se dio cuando el litro de albariño costaba nueve pesetas. Algunos lo entendieron como un lujo insensato y pretencioso, pero se impuso y, a finales del siglo XX, provocó envidia y enfado en la cuna del Ribeiro, Ribadavia, cuando en los folletos turísticos aparecía un Rías Baixas servido en copa como sinónimo de lujo en el restaurante mientras el ribeiro era retratado junto a una taza como un bar de taberna.
Tampoco se debe olvidar el escepticismo que provocó la primera ruta del vino albariño, propuesta por la D. O. en 1996, ni la promoción del Rías Baixas en la Feria de Muestras de Valladolid o la pionera presentación en Madrid en el hotel Mindanao, donde un grupo de periodistas cataron el mejor albariño y se pusieron hasta arriba de ostras en una promoción algo errática: de aquel evento solo quedaron un par de reseñas en revistas de consultas de dentistas.
El camino fue duro, pero se hizo y los resultados están ahí. Aunque para conseguir triunfar con un vino gallego de lunares, algo extemporáneo en una España donde los lunares se asocian con Andalucía… Para ese triunfo, digo, había una base fundamental: la calidad y los pioneros: esas tabernas con copas de Casa Germán (Pintos) y Aniceto, o El Corte Inglés de Ribadumia, un colmado abierto en Sisán por otra rama de la familia Pintos, Manolo Pintos, que tenía en su tienda-taberna diez bocois de albariño. Lo de Corte Inglés se le ocurrió a Alfonso Vidal, escultor de Vilalonga, porque decía que en la de Pintos había de todo, como en el gran almacén que acababa de abrir en Vigo. O Casa Avelino, en Vilaxoán, donde se servía albariño sin etiqueta con quesos holandeses: el edam de bola roja y el mantecoso maasdam de grandes agujeros traídos de contrabando por los marineros que desembarcaban en Vilagarcía.
Desde O Lavandeiro de O Grove hasta el Hipólito de Catoira, una corriente de pensamiento filosófico, la escuela del albariño, fue fraguando y abriendo el camino para el triunfo del blanco de O Salnés y O Condado ya en el siglo XXI, haciendo honor al pronóstico de Álvaro Cunqueiro cuando, en sus estancias veraniegas y salutíferas en el balneario de Caldas hasta el año 1962, abría botellas con un tiragallas y aseguraba que el albariño era el primer blanco de España y uno de los mejores de Occidente.
Acertó, pero la gente no lo sabía hasta que en 1992 vino Julio Iglesias a la Festa do Albariño, donde, por primera vez, se sirvió el vino en copas de cristal que se vendieron a 100 pesetas la unidad. El resto vino rodado: la asociación entre Rías Baixas, arte, literatura y música, el atrevimiento en la comercialización y la imagen, los lunares… El refranero no engaña: «Sé osado y serás afortunado» o «A virtud atrevida, buena salida».