Los lacones ya no viajan en segunda

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la Torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

El AVE, un tren aséptico que no huele, ha traído la revolución ferroviaria a Vilagarcía

29 dic 2021 . Actualizado a las 22:27 h.

El martes pasado, 73 pasajeros utilizaron el AVE en la estación de Vilagarcía, una cifra similar a la de quienes partieron o llegaron a la estación de Pontevedra el primer día de la alta velocidad. Este dato demuestra lo que ya sospechábamos: Vilagarcía será una parada rentable en las nuevas comunicaciones ferroviarias. También supone que Arousa y O Salnés participan de una revolución ferroviaria que sitúa la comarca a menos de cuatro horas de Madrid.

Para entender el salto adelante, basta comparar con la situación ferroviaria de hace 25 años, cuando entre Galicia y Madrid circulaban cada día dos expresos y un Talgo, casi tantas combinaciones como las directas de hoy entre Madrid y Vilagarcía. En aquel tiempo, los lacones viajaban en segunda a 65 kilómetros por hora de media si iban en el expreso o a 90 si los llevábamos en el Talgo, un tren rápido que cogíamos en Santiago y cuyo billete a Madrid costaba 5.050 pesetas, es decir, la misma cantidad, 30 euros, por la que se puede viajar hoy aprovechando unas ofertas que entonces no existían. 

Digo que los lacones viajaban en segunda porque, en 1997, La Voz me encargó escribir varios reportajes ferroviarios y dediqué el mes de febrero de aquel año a viajar en los convoyes más importantes que partían de Galicia: el Rías Altas, el Vasco, el Tren de la Feria y el Shangai Exprés. En aquellos viajes descubrí que no habíamos perdido la sana y gastronómica costumbre de llevar lacones a la familia.

Hace un cuarto de siglo, algunas cosas también habían cambiado. El Rías Altas hacía cinco kilómetros más de velocidad media que en 1979, en la estación de Puebla de Sanabria ya no había vendedores de cervezas voceando su mercancía a las tres de la madrugada y en Ourense ya no subía al tren «El Astorgano» con su cargamento dulce de mantecadas, «muy barata la docena». Pero el matrimonio Alonso, que regresaba a Móstoles después de pasar una semana con su hija en Betanzos, hacía el viaje en segunda clase en compañía de dos lacones, «igual que cuando emigramos hace 47 años».

Los viajes de antes eran lentos, es verdad, pero tenían mucha novelería. Hay que reconocer que un viaje en el AVE es tan rápido, tan puntual y previsible que inspira la misma literatura que una resonancia magnética. En el AVE, te dan de comer en el asiento. En los expresos de hace medio siglo, la cena en el Rías Altas era toda una ceremonia como me contaba el señor Arias en aquel viaje entre Vilagarcía y Madrid en 1997.

El señor Arias, que era del pueblo asturiano de Belmonte de Miranda, llevaba trabajando 29 años en una compañía cuyo nombre ya inspiraba por sí solo una novela de intriga: Wagon Lits. «El vagón restaurante era una institución: los manteles eran de tela, la cristalería era elegante y la cubertería, de metales nobles. Veníamos un cocinero y dos camareros, los platos se preparaban al instante y la clientela del restaurante del Rías Altas era muy distinguida: señores trajeados que hacían sobremesa con su whisky», relataba con orgullo.

Hace 25 años, entre Galicia y Madrid viajaron en tren 313.934 pasajeros. Cuando comparemos las cifras de 2022 con las de 1996, sabremos cómo han cambiado las cosas en número de usuarios del ferrocarril, en velocidad, en puntualidad, pero no en novelería. Es difícil escribir Asesinato en el AVE, pero quién olvida la emoción de Asesinato en el Orient Express… O una novela nunca escrita, pero basada en hechos reales: El crimen del Shangai Exprés. 

En aquel febrero ferroviario de 1997, pasé cuatro días en el tren que hacía el viaje más largo de España. Un trayecto de ida y vuelta entre A Coruña y Barcelona a través de 2.858 kilómetros de vías. Fueron 4.140 minutos de traqueteo y recorrí 13 provincias y dos mares a una media oficial de 83 kilómetros por hora. Una media que se rompió cuando se estropeó la calefacción en la estación de León, de madrugada, a dos bajo cero, y tardaron 110 minutos en arreglarla. Aquel tren se llamaba Shangai Exprés, olía a naranja y los viajeros comentaban atemorizados que hacía poco se había cometido a bordo un asesinato.

El olor de los trenes marca las épocas. En el Shangai Exprés, conocí a un caballero de bigote blanco, natural de Ordes, que trabajaba en una fábrica del polígono de Cirera en Mataró y me confesó que se fue a la mili a Burgos en el Shangai comiendo una naranja, emigró a Barcelona en tren comiendo una naranja y allí seguía, a punto de jubilarse, con su naranja. El Shangai tenía un olor cítrico, el Vasco, rápido diurno entre Vigo y Hendaya, olía a los arenques que comían seis emigrantes portugueses que montaron en Guillarei y el Tren de la Feria, que iba de Vigo a Valença do Minho los miércoles, día de mercado en la villa fronteriza, olía en el viaje de vuelta a la colonia barata de los jubilados que acudían a las peluquerías de Valença: allí les cobraban 300 pesetas por pelarse y en Vigo, mil. El AVE no huele a lacón, a naranja ni a colonia de batalla. El AVE es asepsia, es velocidad, es futuro. El AVE no huele.