El club de las bolas negras

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

CEDIDA

La «Real» sociedad de la avenida de A Mariña es el último reducto de la Vilagarcía British

15 mar 2020 . Actualizado a las 11:16 h.

No me gusta pertenecer a clubes, partidos ni asociaciones. Soy así de misántropo. En realidad, el único club del mundo del que me gustaría ser socio es el Real Club de Regatas de Galicia. Seguramente, no me admitirían y esa sería la razón definitiva para asociarme a tan ilustre entidad. Como decía Groucho Marx: «Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo».

Detesto esos clubes modernos donde se juega al pádel y se nada en piscinas exclusivas, donde las buenas familias celebran sus bautizos y las chicas antiguas se ponen de largo. Prefiero los clubes decadentes donde solo se charla, se lee el diario y se toma café. Por eso me fascina el vilagarciano Real Club de Regatas, que acaba de elegir como presidente a Fernando Remírez de Esparza, un caballero elegante de sonrisa seductora que mantiene el estilo del último reducto de la Vilagarcía British, la esencial, la histórica.

Cuando paso por la puerta del club, en la avenida de A Mariña, y curioseo por los ventanales, me parece estar asomándome al siglo XIX. Recuerdo que antes te dejaba traspuesto una foto de Franco, socio de honor, colocada en la pared y bien a la vista. Pero más allá de las cuestiones políticas, lo que te colocaba en situación era el verde los tapetes, el mullido de los tresillos, el cuero de los asientos y la madera lujosa y centenaria.

El Real Club de Regatas de Galicia se fundó en Vilagarcía en 1902. Como recuerda un libro de actas guardado en el piso superior del local, aquel año, el Real Club absorbió a la llamada Tertulia de Confianza, creada en 1878. La primera directiva de aquella tertulia decimonónica parece el callejero histórico de Vilagarcía: estaban el alcalde Ravella, Valentín Viqueira, Martín Gómez Abal, Daniel Albarrán, que regalaría los terrenos para levantar el Casino, y los señores Duaso y Garrido.

En ese primer piso, se guardaba, y supongo que se sigue guardando, la caja de las bolas blancas y negras, que se utilizaba para admitir o rechazar a los socios. Cada vez que un ciudadano solicitaba ser socio del club, debía pasar por la difícil prueba de las bolas: si alguien depositaba una bola negra, el aspirante quedaba eliminado. El sistema de las bolas se usaba para impedir que se asociaran personas de dudosa catadura moral, pero a principios del siglo XX, con las fuerzas vivas vilagarcianas divididas entre los partidarios del médico Castor Sánchez y los seguidores del abogado Luis Patiño, la bolita negra era la mejor manera de vengarse los unos de los otros. Vamos, que en aquel tiempo no entrabas en el club a menos que fueras a tu bola y no siguieras a Castor ni a Patiño.

Dice la leyenda que la última vez que salieron bolas negras fue en 1994, cuando el abogado Pablo Vioque quiso ser socio del Real Club de Regatas de Galicia. Dos años después, entró una directiva joven, cuyo vicepresidente era Pedro Piñeiro, y se acabaron las humillantes bolas negras, aunque no por ello se admitió a Vioque. Esa directiva reformó los estatutos de 1902 y se admitió la entrada de mujeres en el club.

Durante el primer tercio del siglo XX, en aquella Vilagarcía esplendorosa había siete consulados extranjeros y el veraneo más chic de España. En esos años, el Real Club de Regatas de Galicia organizaba recepciones a los oficiales de la Armada inglesa con orquesta y baile. En el club se jugaba al póker, cosa menuda, poco dinero, pero cuando arribaba la escuadra inglesa, se organizaban partidas que podían enriquecerte o arruinarte y se montaba una ruleta en el piso de arriba. Aún recuerdan los mayores historias legendarias de los marinos británicos, como la de aquel comandante que llegó de la India con la intención de descansar 15 días en Vilagarcía y acabó pasando un año con una amiga en un chalé que luego fue de las filipenses.

O el caso del cónsul inglés Cameron Walker, casado con una vilagarciana de la familia de los Bolado, cuyas dos hijas se casaron con dos Villaverde: el uno, Paco, monárquico y socio del club, y el otro, Elpidio, alcalde republicano de Vilagarcía y contrario al club.

La cesión de Cortegada

A raíz de la cesión de la isla de Cortegada a la Casa Real, el rey visitó la entidad, que desde entonces es Real Club. Pero claro, llegó la República en 1931, todo lo Real fue señalado como diabólico y los republicanos más incendiarios prendieron fuego al edificio y acabaron con unos muebles preciosos hechos con cuero de la India, que se habían comprado a finales de los felices años 20. De aquel mobiliario, solo quedó una mesa. Durante la Segunda República, los socios siguieron yendo al Real Club, aunque solo fuera por llevar la contraria. Eso sí, cerraban las ventanas con mamparas de madera para que no los vieran desde fuera.

Está claro por qué es Real y por qué es Club. Lo de Regatas viene por unos famosos balandros 6-50 de caoba y una tonelada de peso con los que el club competía en las regatas de Galicia. Y así se completa el nombre: Real Club de Regatas de Galicia. Este sí que es más que un club. Es un novelón.