En el acto de hace una semana, se dijo de Teresa que puso los cimientos de la emancipación de las mujeres arousanas sin grandes proclamas, yendo al día a día, a los detalles. Efectivamente, su labor era constante, sin desalientos, con sutileza, gota a gota y con paciencia hasta ver unos frutos que ahora parecen lógicos y habituales, pero que hace 25 años eran casi un milagro.
Un ejemplo: Teresa Cuiña llevó a cabo una ardua campaña para mentalizar a las mujeres rurales de que debían participar en el diseño de sus casas especificando cómo querían la cocina, la altura de los muebles, dónde colocar el frigorífico. Batallaba contra la manía de, como ella decía, «construir palacetes para gente que no hace vida palaciega». Casas en las que había que descalzarse al volver del campo o de la batea para no manchar el suelo o con dos cocinas: una lujosa para enseñar y otra vieja para guisar instalada en un viejo galpón exterior.