El paro, un sueldo ajustado o una mejor calidad de vida los han empujado a volver.
08 mar 2010 . Actualizado a las 13:30 h.El jueves por la noche, Óscar Jul salió a tomar algo con unos amigos en Pobra de Brollón (Ribeira Sacra). El viernes, a las siete de la mañana, ya estaba en pie. A las nueve tenía una cita en extensión agraria para ver las ayudas a las que podía acceder para montar una explotación caprina en la aldea de sus padres, Vilachá. Se levantó con tiempo para la reunión porque «no podía dormir», dice.
Nació en el País Vasco, pero cuando su padre se jubiló, la familia regresó al pueblo. Óscar tenía dieciséis años. Han transcurrido ya veinte. Y dieciocho los ha pasado trabajando aquí y allá, en la construcción. «Llevo toda la vida fuera, en Pontevedra, en A Coruña, Gijón, Oviedo, Pedrafita, Lugo y, últimamente, Sanxenxo». Pero hace año y medio cerró la empresa en la que trabajaba, el mes pasado acabó de cobrar los 700 euros mensuales que percibía en concepto de paro y ahora comenzará a cobrar los 450 euros de ayuda compensatoria. Por eso, y porque sus padres son ya mayores y quiere estar cerca de ellos, ha decidido volver con su familia a Vilachá.
La aldea, un lugar con 45 vecinos mayores de sesenta años, se ha convertido en su refugio, el último cabo al que atarse para no hundirse. No es el único que ha recurrido a ese amarre. Aunque todavía es un fenómeno incipiente que no recogen las estadísticas, cada vez son más los jóvenes que un día emigraron desde el interior de Galicia a las ciudades del eje atlántico o a otras comunidades y que, ahora, se ven abocados a regresar a sus pueblos de origen o al lugar del que proceden sus padres o abuelos. La ayuda familiar, la reducción de gastos como el pago de un alquiler y un nivel de vida que permite estirar los ahorros son las principales razones que los han empujado a volver. Cada uno tiene una inquietud diferente.
«Cuando estás en el paro y tienes dos hijos con nueve y dos años no duermes. En el trabajo eres el mejor hasta que sobras, pero con familia no puedes dejar de trabajar», cuenta Óscar.
No es lo único que le quita el sueño. Tenía unos ahorros y pensó en montar una explotación de carne de cabra ecológica. El proyecto era bueno, viable. «La comunidad de montes me da permiso para dejar que las cabras pasten allí. No tendría gasto en alimentación. Eso contribuiría a limpiar el monte. En la aldea hay varias casas viejas que eran de mis abuelos, podía coger una, arreglarla un poco, y utilizarla como establo para las cabras. Tener el ganado como antes. Cada una vale cien euros. Pensaba invertir unos 5.000 para empezar, pero apareció un pequeño problema que ralentizó el proyecto», cuenta.
La piedra que halló Óscar en su nuevo camino fue la larga tramitación que tiene que llevar a cabo para realizar su idea. «Vilachá está dentro de la Red Natura, me dan permiso para el pastoreo, pero no permiten construir un establo para cobijar a los animales. Ahora parece que con la ayuda que me ha prestado el alcalde, que se ha portado como un amigo, puedo hacer un alpendre», explica.
Pero el tiempo pasa y cada vez tiene menor margen de maniobra. «Para poder levantar el cobijo tengo que encargar un proyecto a un ingeniero agrícola, eso conlleva unos gastos y luego hay que aguardar todavía unos meses con la incertidumbre de no saber qué responderán», apunta.
Con piedras en el camino, pero tirando hacia delante está también José Ojea. Estuvo trabajando en Valladolid, en Salamanca, en toda la Meseta. Montaba estructuras metálicas. Hace cerca de dos años optó por volver a la parroquia de Xesta, el pueblo donde nació hace treinta años, en Lalín. Regresó para vivir con sus padres, sus abuelos y su hermano. «Somos unha familia como as de toda a vida», explica.
Ahora ha dejado atrás su anterior oficio y, ayudado por su madre, lleva una explotación lechera que cuenta con cuarenta cabezas de ganado. «A verdade é que non volvín porque perdera o traballo e tampouco por aforrar porque aquí, a menos de dez quilómetros de Lalín, a vida custa como nunha cidade, volvín porque tiña morriña», cuenta. No se arrepiente, aunque es duro. «Antes gustábame o que ganaba, pero non o traballo. Estou contento», dice.
