«Os párrocos temos días bonitos e tristes, sobre todo ao ver as necesidades que hai»

CARBALLO

Cura natural de Tarambollo-Sofán, pasó 11 años de misionero en Chile, donde vivió una época de grandes cambios, y fue además un destacado futbolista

07 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Guillermo Eirís Cabeza se hizo misionero por culpa del tétanos. Aunque, contado así... En realidad, tenía vocación sacerdotal y ya de pequeño ingresó en el Seminario de Santiago. Lo que ocurre es que una cosa es ser cura y otra marcharse a ayudar a los pobres y necesitados en otro continente. Y esa parte a él le sobrevino convaleciente de la enfermedad. Se había herido, no estaba vacunado y le tocó estar postrado en una cama largo tiempo. Fue cuando decidió que lo suyo estaba más allá de las fronteras españolas. Así que en 1961 se marchó a Chile, junto a otros compañeros. Pudo haberle tocado Bolivia, Perú, Estados Unidos... Pero le tocó Chile.

Y allá pasó once años en una primera etapa y dos más en una posterior. La primera fase lo marcó. Aún conserva muchos amigos, buenas relaciones. Pasó por varios destinos. En todos ellos, su misión era la de ayudar y apoyar a los feligreses del mundo obrero. «Aquela foi unha experiencia moi boa», confiesa, desde la parroquia de San Pío X y San Roque, en A Coruña, en la zona de Riazor, donde lleva desde 1972, cuando regresó.

En Chile vivió numerosas experiencias. Una de ellas fue acompañar a los soldados, un mes al año y durante tres, a sus estancias en los Andes, en zonas «con tres metros de neve». Eran militares jóvenes. Aprendió a vivir en un iglú. «Foi unha etapa bonita aquela», dice alguien que hasta el momento nunca había visto un esquí delante.

En Chile también jugó al fútbol, y mucho. Cuentan quienes lo conocen que fue toda una estrella del balompié. El lo niega, tal vez por humildad. Dice que los equipos en los que jugó varias ligas («bastantes anos», precisa), federado, eran los equivalentes a la Tercera División española. Un día participó en un partido casi de casualidad y en seguida lo reclamaron los dirigentes de un club. Fue en Bulnes, uno de sus destinos. Jugaba de medio. Años antes, en Santiago y Salamanca, su posición era la de defensa, pero en Chile prefirió dirigir el juego en vez de imponer respeto detrás, algo que al parecer hacía con solvencia.

Buenos recuerdos

De aquellos años de jugador le quedan muy buenos recuerdos. Y algunos que preferiría olvidar cuando, durante su segunda estancia chilena, asistió al sepelio de ocho integrantes del equipo fallecidos en un accidente de autobús, en un puente. «Aquilo foi tristísimo», explica.

También mucho tiempo después de su actividad futbolística, en una visita a Bulnes, un chico de veinte años lo reconoció por la calle.

-Usted es don Guillermo.

-Pues sí. ¿Cómo lo has sabido?, le preguntó.

Lo sabía porque su foto, al igual que la del resto de compañeros, aún colgaba del club en el que había militado.

Así que no debió de ser tan anónimo.

Guillermo Eirís fue cura dos años en Castro, la capital de la isla de Chiloé, la antigua Nueva Galicia. Así se llamó, y de hecho tiene cosas (tal vez casualidad) de la Galicia antigua: las casas, las costumbres, el verde, el marisco, la forma de comportarse la gente.

Durante su ministerio le tocó vivir momentos que han pasado a la historia chilena y casi universal, como los conflictos interiores (los de la nación), la llega de Allende, la de Pinochet. Con Allende coincidió en numerosas ocasiones.

Es difícil olvidar todo esto. ¿Lo echa de menos? «Cando cheguei alá, desconectei do de aquí. E cando cheguei aquí, fixen o mesmo co de alá. É o mellor que se pode facer, aínda que claro que botas de menos á xente».

Chile está muy presente, pero en realidad su vida es más gallega que andina. Regresó hace 36 años y desde entonces está en la parroquia de San Pío X y San Roque. Fue coadjutor, administrador y párroco. Llegó a ella a través de su tío, el José Álvarez Cabeza, que tan buenos recuerdos dejó en Sofán, en Camariñas o en la propia A Coruña, donde incluso tiene una calle. Y alí sigue, dando misa a diario en la iglesia de la Esclavas, en una parroquias con 7.000 teóricos feligreses, pero a la que acude muchísimos más de otros puntos.

Define su labor: «Os párrocos temos días bonitos e tristes. Tristes, sobre todo ao ver as necesidades que hai». A él le toca de cerca. En su parroquia tienen un refugio por el que pasan centenares de personas que necesitan comer, vestir o ayudas para lo más básico. «En España viven ben algúns, pero non todos. vense cousas tremendas, terribles. Hai xa quen rouba nos supermercados porque non ten nin para comer. A xente non sabe o traballo que facemos os curas, a necesidade que hai é enorme». En su caso, tiene suerte, porque los feligreses de su parroquia se portan muy bien en las colectas. «Ás veces, incluso dan máis do que poden. A maioría son xubilados. Esta é unha parroquia con moita xente maior. Antes había moitos nenos, pero cada vez quedan menos».

Gracias a esas aportaciones, puede ayudar a otros vecinos. «Xente que chega ben vestida, que non parece que teña problemas, pero vai se os ten. Algúns incluso precisan cartos para pagar a bombona e non pasar frío. Tamén hai moitos inmigrantes».