A punto de cumplir 75 años, la suya es una de las vidas más intensas de Compostela. La relata con calma al calor de las piedras de la plaza de la Quintana, con la enorme portada del Seminario Mayor como gran telón de fondo. José Santiago Pérez es abogado. Y sacerdote. Al menos lo fue durante 18 años, hasta que decidió colgar los hábitos y pasar a la vida secular. «Jamás he escondido lo que fui», sentencia frente a un aperitivo en el corazón del casco histórico. No hay por qué. Los tiempos de la vergüenza han pasado, y hoy la sociedad acepta con total naturalidad a los que se apartaron del ministerio de la Iglesia. «Si me hubiese secularizado recién salido del Seminario no volvería a mi pueblo», confiesa José Santiago.
Casado y con hijos, llegó a Compostela con tan solo 12 años «influenciado por mi familia y por el cura de mi pueblo», Palmeira. Entre los muros de San Martiño Pinario pasó doce largos años, sometido a una disciplina férrea que a tenor de los tiempos que corrían «comprendo pero no comparto y actualmente censuro». Tan solo les permitían salir de paseo los jueves y algún domingo. Sus madres solo podían visitarlos cada 15 días «y escribir poesía era casi pecado». Aun así, José Santiago afirma que «la formación académica era excelente», sin parangón.
Forma parte de la conocida como promoción del siglo, la de mayor número de ordenaciones. Recibió el sacramento en agosto de 1961, al mismo tiempo que se levantaba el muro de Berlín, junto con otros 63 compañeros. Siete acabaron por secularizarse como él y 26 han fallecido. En su ejercicio sacerdotal fue capellán de la Armada -«fui en número 1 de la oposición, aunque no debería alardear»-, lo que le permitió «administrar algún que otro sacramento» a Franco y al que hoy en día es Rey de España. Cuando estaba en una muy buena posición, se percató de que no estaba de acuerdo con algunas cosas. Así que lo dejó. «Creo, voy a misa y practico», aclara sin embargo. De hecho, «incluso creo más que antes».
Poca comunicación
Una de las cosas con las que no está de acuerdo José Santiago es con la falta de comunicación entre la Iglesia y la sociedad. «Son como los raíles de un tren, van paralelos pero nunca se tocan». Quizá por eso censura el papel secundario de las mujeres dentro de la Iglesia y el celibato obligatorio. Cree firmemente que las mujeres no tardarán en ejercer en igualdad de condiciones que los hombres y que terminarán las imposiciones. «El mensaje es dar ejemplo, no solo de palabra». Por eso, «hace mayor misión un hombre íntegro que lee el evangelio» que muchos sacerdotes.
La vocación, a su juicio, ha desaparecido. Al menos tal y como se conocía. «La sociedad ha cambiado» y ser sacerdote ha perdido el prestigio social de otras épocas. «No hay vocación porque el ambiente es de rechazo a situaciones impuestas». La juventud es muy exigente, cree, y «el incienso, el misterio, la liturgia trasnochada» no atrae a las nuevas generaciones. Se hace más necesario que nunca «un cambio de sistema», aunque «mientras la Iglesia siga dirigida por una gerontocracia no tenemos nada que hacer».
Choca también con la condena del uso del preservativo, y de las relaciones sexuales. «Lo que no se debe hacer nunca es condenar una relación sexual. Decir que el sexo es pecado va contra Dios», porque la naturaleza humana es de carácter sexual.
¿Y la homosexualidad? «Hay que romper esos tabúes». El «respeto» a todas las opciones es la clave.