Rebeca Atencia, la gallega que dirige la fundación Jane Goodall en el Congo: «Jane era como mi abuela. Ella creía en ti. Y eso hacía que su mensaje se multiplicase»

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A esta joven ferrolana se la conoce como la Jane Goodall gallega. Pero ella sabe que nadie podrá ocupar el vacío que deja la etóloga británica. «Cuando todo se rompía, le salía esa voz de esperanza y decía: "¡Seguimos!"». Ahora le toca a ella rendirle su particular homenaje

08 oct 2025 . Actualizado a las 11:28 h.

Rebeca Atencia (Ferrol, 1977) es una de nuestras gallegas más ilustres. Esta primatóloga y veterinaria ferrolana se ha convertido en la discípula por excelencia de la recién fallecida Jane Goodall. A ella le encomendó la etóloga británica dirigir el instituto que lleva su nombre en el Congo, el mayor santuario de chimpancés de África. Y no fue por casualidad, sino porque se quedó fascinada con la manera de trabajar de Rebeca con los primates. Decía que cuando la vio, le recordó a ella misma cuando era joven. Ahora, con la resaca emocional de la pérdida de Jane, y con las emociones a flor de piel, Rebeca quiere rendir homenaje a su mentora y el gran legado que tanto ella como sus compañeros tratan de preservar todos los días. No es de extrañar que Rebeca haya sido bautizada como la Jane Goodall gallega, aunque piense que «Jane solo hay una», y no se pueda sustituir.

—¿Cómo recibiste la noticia de su fallecimiento?

—Fue una sorpresa, aunque la gente piense que ya era muy mayor. Jane estaba genial, tanto físicamente como de cabeza. Era una cosa increíble. Yo estuve con ella en Nueva York unos días antes de fallecer. Estaba haciendo una gira por Estados Unidos. Y la vi genial. De hecho, iba a venir al Congo el mes que viene. Me dijo: «Rebeca, nos vemos en unos días en el Congo». E íbamos a comprar el billete justo el día que se murió. Y claro, que estés hablando con una persona que va a venir al Congo y que está bien y, de repente, ya no esté..., pues no me lo creo aún. Me cuesta entenderlo.

—¿Qué supuso Jane Goodall para ti?

—Para mí, Jane es como mi abuela. Me ha dejado ese vacío de que ya no voy a poder tenerla, que me dé consejos y que me haga reír.

—¿Cómo era en las distancias cortas?

—Era una persona muy cercana y le gustaba ser bromista, pero al mismo tiempo tenía una paz interior increíble. Una cosa que me enseñó es que ella, en momentos de estrés, sabía buscar la paz en la naturaleza. Aunque estuviese en mitad de la ciudad y rodeada de un montón de gente, veía un árbol, lo tocaba y decía: «Energía, energía positiva». Era una persona muy positiva. Y otra cosa que me encantaba de ella es que creía mucho en la gente joven, en la pasión de un niño. Ella creía en ti. Y eso hacía que su mensaje se multiplicase. Creó un programa que se llama Raíces y Brotes, que es como lo que pasa en los niños, que tienen unas pequeñas raíces y luego van saliendo brotes. Y después, ese árbol crece y da semillas, que se convierten en otras raíces y brotes. Se va multiplicando el mensaje de paz. Y estos árboles están interconectados entre ellos. Se puede crear esa red para hacer este mundo mejor.

—Habrás vivido grandes momentos a su lado...

—Para mí uno de los momentos claves fue conocerla, pero también poder tratarla en profundidad. Yo estaba en mitad de la selva introduciendo chimpancés [en su hábitat] y Jane vino a conocerlo porque necesitaba hacer un cambio en el centro de rescate de Tchimpounga. Ver a esta persona, que hace 20 años era ya muy importante, en mitad de la selva, donde solamente había chimpancés y nosotros... Fue algo muy impactante.

—Nos hacemos una idea...

—Fue increíble. Le hice una presentación, pero la gran conexión entre nosotras surgió mientras hablábamos, al contarle lo que yo sentía en ese momento, que llevaba muchos meses siguiendo a chimpancés reintroducidos. Debió de ver algo en mí, porque siempre dijo que le recordaba mucho a cuando ella estaba en Tanzania, perdida en la selva. Fue una conexión que establecimos en ese momento, y que nació en el 2005, hace 20 años. Ahí me ofrecí a trabajar con ella y empezamos ese camino paralelo. Para mí ha sido un honor haber compartido cada momento que he disfrutado con ella, hasta el último segundo.

—¿Con qué recuerdo te quedas?

—Tengo tantas anécdotas que depende de según qué circunstancias me quedaría con una o con otra. Depende del momento. Tengo anécdotas de reírnos, también de sentir tristeza, pero todo siempre con un fondo de energía positiva y esperanza. Cuando todo se rompía, parecía que no había salida, de repente le salía esa voz de esperanza, de decir: «¡Venga, vamos a por ello! ¡Seguimos!».

—Hay un vídeo en el que salís las dos liberando a un chimpancé. Wounda le da un abrazo tan emotivo a Jane que es conmovedor, pero a quien más conocía el chimpancé era a ti...

—Yo tengo mi propia teoría de esto, también porque conozco bien a Wounda, que es un chimpancé muy sociable. Ellos son animales sociables como nosotros y cuando uno se integra en un grupo nuevo tiene que buscar la manera de entrar en el grupo. Entonces, Wounda, lo primero que hizo fue mirar y observar para saber cómo tenía que comportarse. Y una de las formas de entrar en un grupo es hacerse amigo de quien tiene más fuerza, mental y física. Wounda había conocido ese mismo día a Jane. En cambio, a mí me conocía desde pequeña. Y ese día fuimos desde el centro de rescate hasta allí. Ella vio cómo nos comportábamos todos con Jane y cómo me comportaba yo también con ella. Eso se capta. Se dio cuenta de que era una persona importante dentro del grupo social, que era la referencia.

—Entiendo.

—Y luego Wounda buscó el confort. Cuando introduces a los chimpancés en la selva, muchas veces les da miedo, porque para ellos es un sitio nuevo, como le pasa a cualquier ser humano que, de repente sales de tu casa, de la casa de tus padres, y te encuentras con el mundo, pero antes de eso, les das un abrazo a tus padres en plan: «Por favor, quedaos cerca de mí». Pues Wounda hizo un poco lo mismo. En el vídeo se ve cómo me saludó, y yo le di unas palmadas de confort, como diciéndole: «Estamos contigo, Wounda». Y luego le da ese abrazo a Jane. Si te soy sincera, pasé miedo al principio, porque los chimpancés también son peligrosos y se me pasó por la cabeza que pudiera atacarla, porque yo era la responsable. Me preparé para poder agarrarla, pero luego ya vi que era una reacción de cariño, de amor, de confort. Y ya me relajé también.

—El vídeo lo vieron millones de personas.

—Sí, y Jane se lo puso a millones de personas también, porque fue un impacto para ella. Siempre decía que ese momento había sido único para ella. No se podía creer que le hubiera dado ese abrazo. Fue algo que surgió. Wounda eligió abrazarla a ella.

—Te consideran su heredera.

—No lo puedo ser porque Jane es única y además ha dejado a muchos herederos en este planeta. Yo tengo la suerte de ser una más, soy parte de su legado. Porque no creo que la heredera de Jane Goodall sea una persona sola, somos muchos, todos los que intentamos cambiar este mundo y enviar un mensaje de esperanza, que tanta falta hace en este planeta. Parece que es el fin del mundo, pero solo lo será si nosotros queremos que sea así. Hay una cosa muy bonita que Jane siempre decía y es que muchas veces piensas que tu esfuerzo no vale la pena. Pero si juntas tu esfuerzo con el mío y con el de otra persona y con el de otra... Eso es lo que da la fuerza.

—¿Qué va a ser del Instituto Jane Goodall?

—No se va a detener. Vamos a continuar siguiendo este mensaje y expandiéndonos.

—¿Ella fue consciente de todo lo que logró?

—Fue consciente de que compartiendo su experiencia y sus anécdotas inspiraba a otra gente a luchar por sus sueños, a ser investigadores. Tenía el poder de ayudar a otros a dar ese paso adelante. Y era consciente de ello. Nosotros siempre le decíamos que tenía que descansar, pero ella era consciente de que le quedaba poco tiempo y que no podía parar.

—¿Cómo podemos seguir su legado?

—Hay muchas formas. No hay que irse al Congo. Para ella eran muy importantes las futuras generaciones, y que se les transmita el mensaje positivo de avanzar y de crear un mundo mejor. Darles la oportunidad a los niños de que puedan ser líderes también y acercarlos a la naturaleza, que toquen la tierra, la hierba, que se sientan unidos a la tierra. Y luego las acciones individuales, decidir lo que compras, no comprar productos que lleven aceite de palma, y si se adquiere algo de madera, que sea de plantación, que no venga de la selva. Esas decisiones son las que logran el gran cambio. Y luego, cómo no, apoyando económicamente proyectos como estos, porque las selvas están desapareciendo y hay que apoyar a las comunidades locales y a los animales para que el conjunto del ecosistema salga adelante.