Álvaro Bilbao, doctor en Psicología: «A mis hijos siempre les digo que dejen algo en el plato»

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El neuropsicólogo Álvaro Bilbao.
El neuropsicólogo Álvaro Bilbao. cedida

A los padres siempre les pregunta tres cosas a modo de termómetro para medir cómo está la autoestima de un niño. El neuropsicólogo que nos ayudó a descifrar el cerebro infantil vuelve con el diccionario «¡Hola, familia!», que se lee como un cuento. «Cuidar a un niño es tan fácil como ponerse en su lugar», asegura este experto en plasticidad cerebral

03 nov 2022 . Actualizado a las 16:44 h.

Si eres padre novato (o con tanta experiencia como ganas de actualizarse...), aquí está el «primer diccionario bebé-mamá, bebé-papá», un libro ilustrado de referencia para no perderse en cuestiones de la relación con ese ser humano que te desplaza de ti mismo y te roba el sueño, las certezas, a veces la paciencia... y te devuelve la ilusión de volver a vivirlo todo por primera vez. Con ¡Hola, familia!, el neurólogo y doctor en Psicología Álvaro Bilbao, padre de tres niños, nos sugiere cinco cosas que debemos hacer con los niños antes de que les dé vergüenza, nos explica por qué nos piden el mismo cuento una y otra vez, o por qué razón no debemos compararles con otros niños.

—¿Por qué este diccionario?

—Por dos motivos. El primero, porque sabemos que, cuando los padres son capaces de conectar con su bebé, con sus hijos, la educación, la capacidad para ponerse en el lugar del niño y vincular con él es mejor. Y, en segundo lugar, porque quería dar la bienvenida a los padres de una manera sencilla y tierna, intentando sintetizar mucha información que tenemos acerca de los bebés y de los niños pero de manera fácil, que les permita entender que cuidar de un niño es tan fácil como ponerse en su lugar y hacer cosas sencillas.

—Este diccionario se lee como un cuento. Nos pones enseguida a los padres en el lugar de los niños con estos conceptos ilustrados por Susana Soto.

—Cuando lees un libro como El cerebro del niño explicado a los padres [un superventas de Bilbao] estás ejercitando la parte izquierda del cerebro (la racional), pero, cuando le lees un cuento a un niño, el niño aprende cosas, pero sin darse cuenta de que está aprendiendo. Está en un nivel de alerta bueno y a la vez en una situación muy adecuada para aprender de otra forma, más intuitiva. Es la idea de este libro: que seamos capaces de conectar fácilmente con estos conceptos, con la infancia y con las necesidades de nuestro hijo.

—¿Por qué nos cuesta, en la práctica, ponernos en el lugar del niño? Les hacemos fiestas gigantes, llenas de estímulos, pero no entendemos su miedo, su timidez, sus berrinches...

—Desde tiempos inmemoriales, se ha tratado al niño con esa mentalidad de adulto porque no teníamos muchos estudios. En realidad, todo el tema de psicología evolutiva infantil aparece a mitad del siglo pasado. Así que heredamos la educación de nuestros padres, y ellos la que recibieron de nuestros abuelos. En la posguerra era normal, por ejemplo, que te dijeran: «¡Termínatelo todo!». Claro, había niños que se morían de hambre... Pero cuando, pasado ese momento, tienes unos conocimientos y esos conocimientos se ponen al servicio de los padres hay cosas fáciles de entender. Con eso, se propicia un cambio de cultura de familia y esperemos que un cambio también en la sociedad.

—Pones el ejemplo de la comida. La cantidad abre una brecha generacional. ¿Nuestros hijos deben comerse todo lo que les ponemos en el plato?

—Lo que se llama la restricción calórica es una práctica que aumenta la esperanza de vida, que reduce el riesgo de enfermedades. Según muchos estudios, ingerir pocas calorías al día, comer más bien poco, tiene beneficios para salud. Yo a mis hijos siempre les digo: «Déjate algo en el plato». No es quedarse con hambre, pero sí hay que dejar de comer cuando has satisfecho el hambre. No hace falta reventar. Si reducimos un 10 % el consumo de calorías, podemos aumentar la esperanza de vida en dos o tres años. Comer más de la cuenta es perder años de vida. Así que lo que valía para una época no vale para otra.

—«Malcriar» es una de las entradas de este diccionario. Pervive aún la frase que recoge la viñeta: «No lo cojáis en brazos que se va a malacostumbrar».

—Hace cien años, cualquier niño nacido en Europa habría tenido que pasar por una guerra mundial, una guerra civil... Y eso recrudecía la crianza. Pero los estudios indican que niños que vivieron la guerra que tenían unos padres afectuosos tuvieron menos trauma que los que no tenían afecto. Eso está ya muy demostrado. Coger en brazos a un niño es darle seguridad.

—Las palabras malsonantes también tienen un sitio en este primer diccionario. ¿Qué debemos hacer los padres cuando empiezan las palabrotas?

—Lo primero, ignorar. No ignorar al niño, pero sí ignorar la palabra. Si te pones nervioso o te enfadas, él lo que va a ver es el poder que tiene esa palabrota. Si insultas a otro, le estás intimidando para aflojarle, para tener tú más poder, ¿no?

—La repetición, que adoran los niños, es de lo que más nos cuesta entender, y soportar, a los adultos. Estar una hora tirando piedrecitas al agua, leer cada noche el mismo cuento... ¿Por qué les gusta tanto a ellos la repetición?

—Porque les permite aprender, ir desarrollando las habilidad. Para aprender la técnica de cortar una cebolla, lo bueno es cortar cebolla muchos días seguidos. A ellos repetir les da seguridad. Con la repetición, los niños desarrollan la capacidad de predicción, que es muy placentera, porque implica tener más control sobre el entorno.

—¿Qué hacemos ante los celos por la llegada de un hermano?

—Lo más importante no es pensar «el niño tiene celos», sino tratar de entrar en su mente y ver si lo que siente de fondo es «estoy echando de menos a mamá». Con los celos hacia el hermano, canalizan el miedo o la frustración, pero la base de ese miedo es perder a la mamá. A veces no se vuelcan contra el hermanito, sino contra la mamá. También pasa... Muchas madres han llegado a contarme que cuando ven al mayor darle un golpe al pequeño el instinto de protección es tan grande que le dan un empujón al otro o le apartan. En ese momento sienten: «Aunque ha sido lo que más he querido, ¡le estrangularía para que dejara al pequeño!».

—Reparas en la «extraordinaria normalidad» de las cosas sencillas, de los momentos cotidianos con los hijos.

—Para los niños está todo por descubrir. Tengo amigos que se plantean llevarles a Disneyland Taiwán, y digo «¡fenomenal, lo disfrutaréis vosotros!, porque, en realidad, los niños van a disfrutar de ir a cualquier pueblo, de estar en un río tirando un palo...». Yo creo que los niños disfrutan lo sencillo. Si se lo das todo en el primer momento, luego las cosas saben a menos.

—En nuestro entorno se puso de moda ir a Disneyland París. Creo que estos viajes a veces los padres los hacen más por no quedarse atrás en el grupo, por lucirse ante otros padres...

—Sí, es una necesidad inconsciente: «Quiero poner entre mis galones de padre que hemos ido a Disneyland París». Me parece más bonito para un niño irse a París, darse un paseo por el Sena, ver la torre Eiffel, descubrir París...

—«Rectificar» está en tu diccionario. ¿Debemos pedir perdón a nuestros hijos cuando nos hemos equivocado?

—Pedir perdón es algo que debe estar en el vocabulario de la familia diez veces a la semana. Todos metemos la pata, y el perdón nos enseña dos cosas: a intentar reparar el daño que hemos podido hacer a otra persona, y a aceptar que no somos perfectos. Nos ayuda a aceptarnos con nuestras imperfecciones.

—¿El mejor regalo para tu hijo es tiempo con él?

—El tiempo con un hijo es muy importante. A veces, veo familias de clase alta que tienen una cuidadora que acaba convirtiéndose en la persona que pasa toda la tarde con los niños. Y cuando los padres llegan a casa, le dicen: «Báñalos y dales la cena». O tienen una salus que se queda con los niños por la noche.

—Hay padres que lo delegan todo. Es cómodo, pero no todo el mundo puede ni todo el mundo quiere renunciar del todo al tiempo con sus hijos.

—A mí me gusta preguntar tres cosas a los padres. Una es quién lleva al niño al colegio y quién lo va a recoger, si es alguien de la familia o no, porque no es igual. Dos: ¿cómo pasáis el fin de semana? Si estáis siempre con otros padres y niños para que los niños se entretengan entre ellos, ¿qué pasa con el tiempo en familia, no hay? Y tres: ¿cómo se celebran los cumpleaños? ¿En un restaurante con los abuelos? ¿Se piensa en que el niño lo pase bien, en lo que le gusta a él, en lo que necesita? Esas tres cosas son para mí el termómetro de cómo está la autoestima del niño, de si se siente valioso o no para sus padres. Si el niño poco cuenta, el niño se da cuenta.