Tania Llasera: «Ser madre es un ejercicio de masoquismo»

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«Las críticas por mi peso son como un donut que llevas en la piscina», dice la presentadora que vio su cuerpo convertido en debate nacional. Llasera revela que sufrió dos abortos antes de tener a sus hijos Pepe Bowie y Lucía Lennox, acaba de vivir «una gran boda gallega» e invita a refrescar la rebeldía en el libro «Mujer tenía que ser»

10 jul 2022 . Actualizado a las 17:16 h.

En el 2014, llegó a ser la noticia más googleada por su cambio de peso. «Todos buscando mi antes y mi después. Increíble. Fue la primera vez que sentí el ataque de la gordofobia en mis carnes maduras», cuenta Tania Llasera (21 de julio de 1979) en Mujer tenía que ser... Para todas las que están hasta el coño, un repaso íntimo, con una amplia paleta emocional y mucho humor, a su experiencia como mujer, madre, televisiva e influencer. Esta chica de Bilbao que quiere ser gallega y que practica el body neutrality (para dar visibilidad a los cuerpos reales) ha descubierto el talón de Aquiles de la superwoman, que el empoderamiento que nos venden destiñe y que para presumir «no hay que sufrir».

Con el confinamiento vivió una «locura doméstica», comparte en su libro más personal, en el que revela cómo le ha dado la vuelta a sus complejos y cómo aprendió a flotar entre las críticas. A ella no le cuestan estos largos de piscina... Ya no duda de la relación entra felicidad y belleza: «En el año 2022, podemos quitarle el sufrimiento a la belleza. Lo bello es estar contenta y saludable», afirma esta «comunicadora cumpulsiva» con más de 780.000 seguidores que ha probado hace poco una «gran boda gallega». «Esta es la primera vez que voy a Galicia y me he enamorado», confiesa Tania, invitada en Baiona a una boda que fue oficiada por Carlota Corredera. «Hizo de sacerdotisa del amor y fue muy divertido. Los novios llegaron tarde y tuvo que improvisar un poco, pero lo hizo muy bien».

—¿Qué tiene de especial ser gallego?

—Como soy del norte, me gusta su bruma, el edredón, esos veranos que implican jugar a las cartas, ver qué tiempo hace hoy... Esto da sus frutos.

—Como madre de dos niños pequeños, ¿qué tal las «mataciones»?

—Realmente, yo adoro a mis hijos. Lo de las «mataciones» lo digo porque hay que ventilar ciertas cosas, pero yo soy una privilegiada. Ahora, mis hijos están con mi marido en Cataluña y yo estoy de solainas, de Rodríguez, en Madrid.

—Frente a la mística que edulcora la maternidad, relaja que algunas madres famosas digáis que es una carga, que te hace feliz pero desgasta a diario...

—La vida como madre tiene su miga y a esto en redes no se le da la luz que debería tener. Pero las redes nos han dado una plataforma donde poder quejarnos y sentirnos comprendidas. No hay que tapar, hay que contar. Hay mucho que decir y vivimos un punto de inflexión en esto. Es el momento.

—Fin del derecho al aborto en Estados Unidos. ¿Cómo lo recibes?

—Es demencial. Si otros deciden sobre nuestro cuerpo, a las mujeres no nos respetan como seres humanos. Entiendo que la vida es importante, pero ¿la vida de la madre no lo es? Creas lo que creas sobre la vida, la mujer tiene derecho al aborto. Es su cuerpo.

—¿Te han dicho muchas veces ese clásico popular de «mujer tenías que ser»?

—Yo he trabajado en un medio muy machista, donde se tenía muy cosificada a la mujer. Eso de la rubia tonta era un cliché que funcionaba... Es útil, pero creo que ya podemos ir terminando con esta farsa que nos vende que la imagen es igual a la salud. Nos están volviendo locas. Es importante que las mujeres tomemos las riendas. El día que nos unamos de verdad, va a ser la bomba.

—Detrás de una gran mujer no suele haber un hombre, sí otras mujeres, adviertes...

—Sí. Es curioso, porque yo he sido de pequeña una niña de niños, de ir con el pelo corto y estar siempre jugando al fútbol. Pero voy cumpliendo años y, con la edad, cada vez me gusta más acompañarme de mujeres, de esas mujeres que tienen sabiduría, respuestas. Son una red que a veces no se ve.

—¿Por qué este libro ahora?

—Me lo llevaban pidiendo mucho tiempo, pero yo no veía que fuera el momento. Me lo pedían desde que cambié de peso en El ojo público, y muchas veces. Esto nace de la necesidad de escribir un libro con todo lo que pienso y con todo lo que me ha pasado.

—Es un ejercicio de valentía que revela momentos muy duros. ¿Has querido aliviar esa intensidad con humor?

—No quería que fuese un libro de quejas y lamentos. A veces se ve el feminismo como victimismo, y esa visión no es justa. Por eso, intenté no utilizar términos como patriarcado o machismo. Para sumar hay que ser optimista. Y los hombres hoy están abiertos. Cada vez les pasa más a los hombres lo que nos pasa a nosotras, y es la clave. Les llevamos una ventaja de años en sufrir el peso del físico, la cosificación... esa cosa de que, en vez de ser una persona, parece que eres un jarrón para embellecer el mundo.

—Soy negativa en esto. Los incendios en redes sobre la gordura o los modelos femeninos en las cumbres dicen lo que importa el físico de la mujer. ¿No sigue siendo «lo importante»?

—A las mujeres se nos ha educado en que nuestra arma más poderosa era nuestra belleza y nuestra juventud. Se trata de estar siempre en prime, antes de madurar y empochecer... Y justo cuando más tenemos que decir se nos invisibiliza. Hace unos años yo era muy mona, pero no tenía nada que decir.

—¿Los hombres, en general, pueden valorar a las mujeres por cualidades que no sean la juventud y la belleza?

—En el libro de sexo que escribí en el 2012 [El sexo sentido], leí varios estudios sobre los hombres que señalan que para ellos, en el sexo, todo es visual. Y nosotras somos de oído y de nariz. Somos diferentes, sí, pero debemos tener los mismos derechos.

—Explícanos qué es la neutralidad corporal, esta tendencia que defiendes frente al «body positive».

—Significa que tu cuerpo es neutro, no tiene por qué ser bonito ni feo, gordo o delgado... Puedes tener objetivos, pero esas son etiquetas dolorosas. Así que vamos a intentar olvidarnos un poco del cuerpo para vivir la vida. En el proceso de intentarlo, se te van olvidando los complejos... No podemos vivir acomplejadas en la vida por el peso.

—No deberíamos, pero tendemos a vivir eligiendo entre dieta o complejo. Y entre nosotras nos juzgamos bastante por nuestro aspecto, ¿no? Esto pesa...

—Eso tiene un peso, pero en eso de las críticas entre nosotras hay que darle la vuelta a la tortilla. A mí me han dicho alguna vez: «Te veo mucho más delgada en la tele que en persona». Al final, te acostumbras y consigues que pierda importancia. Yo desde que no uso la báscula soy mucho más feliz. Mis vaqueros me dicen más o menos cómo estoy. Ahora, intento vivir la vida olvidándome de mi cuerpo. Que me gusta estar mona, sí, porque me gusta verme bien; me gusta a mí, pero no lo hago ni por mi marido ni por nadie.

—¿Te afectan las críticas por el peso?

—No, al final son como un donut que llevas en la piscina, pero lo importante eres tú. A mí las redes me encantan. Creo que son la llave del cambio.

—Los «haters» se llevan. ¿Pesan los «lovers» o son una fiesta?

—¡Los cuento en bodas! De 200 en 200; me imagino la cantidad de bodas que son ¡y flipo!

—«Superwoman, tu puta madre», escribes. ¿Aún nos ahoga ese modelo?

—Sí, pero no soy tan mal hablada... Se nos vende que el empoderamiento es poder con todo y, cuando ves que no llegas a todo, te crea una frustración que acabas siendo un hater en redes... ¿Qué precio tiene poder con todo? Tu salud, porque acabas enjaulada en una mentira. Más nos vale educar a las jóvenes en que no tienen que poder con todo, en que pueden elegir. Es salud mental. En el confinamiento, dije: «¿Cómo puedo estar yo como una mujer de los 50, con los niños encima, y él danzando por la casa hablando siete idiomas?». Acabé llorando en el trastero diciéndole a mi hijo: «Mamá no puede más». Hay que petar. Si eres madre, se juzga todo lo que haces, y si no quieres ser madre, se te juzga también. O si no puedes serlo. A mí me costó...

—En el libro compartes los dos abortos que sufriste antes de tener a tus hijos: «La muerte perinatal es una putada como una catedral [...] No sabemos qué hacer con ese dolor».

—Si no llego a pasar por eso, no tendría a los dos maravillosos hijos que tengo. De todo en la vida hay algo que aprender. A eso voy con el libro: «No juzgues, no sabes por lo que ha pasado o está pasando esa persona».

—¿Imaginabas la maternidad de otra manera antes de tener a Pepe y Lucía?

—Tenía muchas ganas y lo tenía claro, pero no me lo esperaba tan 24/7, esa demanda total cavernosa. Es fantástico y precioso y a la vez puede ser horrible. La maternidad tiene una parte solitaria, te da un bajón de hormonas, no te ves preparada. Ser madre es un ejercicio de masoquismo muy fuerte. Hace unos días, mis hijos se fueron con su padre de vacaciones. Yo estaba deseando que se fueran y, en el momento en que cerraron la puerta, ya les estaba echando de menos. ¿No es masoquismo total? Pero mis hijos me han hecho valiente, les debo mi valor.

—Tu primer amor, la tele. ¿La echas de menos?

—Fue mi primer amor total. De pequeña quería ser actriz y, al hacer de bruja buena en una representación de El mago de Oz, sentí pánico escénico. A la vuelta, ya en el coche, mi abuela me dijo: «Actriz no vas a poder ser». Y dije: «Pues entonces tele, seré presentadora». Y lo conseguí. Pero me gusta esto de ahora de juguete roto de la tele, de no estar en la tele, por la libertad que me da. ¿Qué será lo siguiente que voy a hacer? Pues, igual que diseño un traje, puedo hacer un documental o un pódcast, que ahora todo el mundo tiene un pódcast...

—Danos algún consejo o truco para venirnos arriba y dejar atrás los complejos.

—Muchas cosas. Darte una buena ducha, automasajearte, quitarte los zapatos y pisar la hierba, bailar, saltar... y ver quién te suma. Júntate con esa gente, que te hace sonreír, no con la que te quita.