Esther Acebo, Estocolmo en la «Casa de papel»: «Lloramos tanto en el final... ¡Me río de la muerte de Chanquete!»

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La actriz jamás pensó que aquel cásting la proyectaría en televisiones y edificios de medio mundo. Ya nadie piensa en Estocolmo sin verla a ella. «Ambas compartimos algunas malas decisiones... y algunas muy buenas también», asegura

03 sep 2021 . Actualizado a las 10:45 h.

Esther Acebo (Madrid, 1983) no es tan diferente de Estocolmo, la secretaria que acabó como atracadora por amor. «Menos mal que en ese momento de enajenación mental te atreves a hacer cosas», asegura la actriz, que habla agitada, emocionada ante el estreno de la primera parte de la temporada final de La casa de papel. La vida le sorprendió tanto como el éxito de la serie y la evolución de un personaje que creía muerto en el capítulo dos. Antes de trabajar como actriz, estudió INEF. Y esa melena leonina que tanto le acomplejaba se ha convertido en su mayor seña de identidad. «De pequeñaja he llegado a dormir con gorro de natación para ver si se me aplastaba», confiesa.

-¿Hubo tantas lágrimas en el rodaje del último capítulo como cuentan tus compañeros?

-¡Ja, ja! La verdad es que sí, sí que ha habido lágrimas. Y eso que yo pensaba que no, porque en realidad llegamos hasta aquí ya supercansados, muy orgullosos del trabajo que hemos hecho, con la sensación de haber exprimido mucho esta experiencia, con tranquilidad. La última semana decía: «Yo no creo que lloremos tanto, por favor, que no, que no va a ser así». O sea, lloramos tanto en el final. El último día aquello era… ¡me río yo de la muerte de Chanquete! Todos como bebés.

-Ese cásting cambió tu vida.

-Exactamente. Es que ni en mis mejores fantasías, cuando me hayan podido preguntar, incluso al principio en alguna entrevista, jamás podría pensar en algo como esto, que ha sido un fenómeno. No cabía ni en mis sueños, de verdad, pero creo que ni en los de todos. No imaginamos que el alcance y la trascendencia iba a ser tan grande. Cuando arranqué con mi personaje, yo tenía los guiones del capítulo uno y dos, al final del cual yo recibía mi disparo y no sabía ni siquiera si continuaba. Entonces, reconozco que lo he ido viviendo todo como una especie de regalo progresivo. Los últimos días, cuando iba al rodaje, decía: «Jolín, es que yo de repente conseguí en un cásting un personaje que parecía que molaba mucho para dos episodios, y de repente hay una foto con mi cara en un edificio y formo parte de la banda». La verdad es que ha sido un cambio enorme y del que estoy superorgullosa.

-¿Te vas a volver a poner ese mono rojo que te regaló Netflix con la máscara?

-Jo, pues fíjate que no soy yo especialmente mitómana ni tengo guardados grandes amuletos, pero sí que es verdad que cuando me llegó, que además no me lo esperaba, me hizo tanta ilusión… Porque además había pasado el tiempo suficiente como para haber podido descansar un poco y coger fuerzas, pero no tanto como para ver eso de repente. ¡Qué emoción! Estuve llorando toda la mañana, diciendo: «Ay, mi mono!» Es verdad que no me lo he puesto ni creo que sea una cosa que haga en los próximos días, te juro que no lo voy a hacer. Pero sí que es una cosa preciosa que me va a encantar tener en esa cajita y que me imagino que, dentro de unos años, cuando me reencuentre con el mono, al igual que cuando pueda ver la serie y esté un poco más alejada de este proceso, pensaré: «Yo he formado parte de esto, qué locura».

-¿Qué hay de Estocolmo en ti?

-Pues algunas malas decisiones... y algunas muy buenas también. Algo que se vio mucho de Estocolmo, sobre todo en la temporada tres, que yo me ponía muy nerviosa, y me quejaba: «No hago más que escuchar a todo el mundo». Y alguna gente me decía: «Es que esa es una cosa muy tuya». Me sentaba como mal al principio, y después pensaba: «Joder, es verdad». Es una cosa que la tiene Estocolmo y que la tengo yo. No sé qué debemos de tener, una cara de oreja o una cara de abrazo, que la gente viene y nos cuenta cosas. Yo al principio decía: «Jo, pues es que soy un rollo». El personaje es como muy humano, pero reconozco que al final fue una de las cosas con las que más he disfrutado. Estocolmo es muy valiente. No deja de ser una persona que está viviendo una situación totalmente ajena a lo que era su vida, que no está exenta de conflicto en ningún momento. Es una tipa que está ahí como en una situación totalmente fuera del contexto habitual para ella y atreviéndose a ser muy valiente, aunque no sea tan alocada como otros. Y supongo que, bueno, eso también tiene ciertas similitudes conmigo. Creo que ella es más valiente que yo. La verdad es que yo no habría entrado a dar el golpe ni de broma, vamos, ja, ja.

-¿Y de Denver?

-Es bonito que me dieran la oportunidad de interpretar a alguien que se atreve a dar un cambio de vida tan grande, que de repente se embarca en toda esta aventura en la que está Denver, que es algo que, obviamente, tiene mucho peso en su decisión. Me parece algo superbonito, y me parece que el personaje de Denver, de una manera no consciente, le ayuda a ella a ser más valiente, más decidida, a atreverse, a lanzarse. Muchas veces es guay cuando se te cruza… Yo creo que toda la gente que se cruza en nuestras vidas lo hace por algo, para permitirte vivir alguna cosa, enseñarte algo. ¿Sabes esa gente que no se atreve, no se atreve, y de repente llega alguien y hace una locura? Y dices tú: «Bueno, aunque haya durado solo eso, ha merecido la pena». Porque te ha animado a atreverte.

-¿Quién no ha hecho cosas por amor que en un estado normal no haría?

-Es verdad. Y menos mal, menos mal que en ese momento de enajenación mental te atreves a hacer cosas. Es que, si no, igual no las harías.

-La separación entre ellos estaba cantada, pero en muchas ficciones se rehúye esa parte realista. Este no es el caso.

-Es que, claro, nosotros cuando terminó la segunda temporada, como en principio ya la serie había concluido, no sabíamos que se iba a reabrir. Y cuando nos lo dijeron, dije: «¡Qué guay, estamos dentro!». Pero cuando se te pasa el calentón, piensas: «¿Pero qué van a escribir, si ya está cerrado?». Si además, ya sabes, era como una peli de estas que terminan diciendo «fueron felices y comieron perdices». Entonces, ¿ahora qué? Si estos personajes son el agua y el aceite. Era duro ver que un final de historia tan bonita se desmoronaba un poco, pero en realidad me parece que era tremendamente real, porque muchas veces, en un momento de subidón, que conoces a alguien y estás enamoradísima, haces una locura, pero esas cosas no se sostienen en el tiempo. Y a veces es precisamente eso, el tiempo, y la capacidad de amar, de comunicar, de respetar, de empatía y de un montón de cosas más que están alrededor y que van a hacer que esa pareja se dinamite o que se haga más fuerte que nunca.

-Has estado de vacaciones por el norte. ¿Galicia la conoces?

-Pues tengo que decirte que no solo la conozco, sino que he hecho Cantabria y Asturias porque a Galicia he ido tantas veces de pequeña que dije: «Jo, es que conozco mucho Galicia y nada de otros sitios». Pero es que el norte me fascina, y hace dos veranos estuve un mes entero en un rodaje con el campamento base en Santiago. Fue con Antes de perder, todo el elenco es gallego excepto otra compañera y yo. A Coruña es en la que más veces he estado. Lo precioso de Galicia es perderte y de repente descubrir un pueblecito, una playita. Es que lo difícil es no encontrarte sitios bonitos.

-Tu melena es una seña de identidad, pero no siempre te gustó.

-Si alguien me hubiera dicho a mí de pequeña: «No tengas tantos complejos, que esto va a molar mucho»... Pero es que yo de pequeñaja he llegado a dormir con gorro de natación para ver si me aplastaba. Todas mis amigas con el pelo lacio, y yo me ponía la coleta y decía: «¡Es que a mí la coleta se me cae hacia arriba!». Me sentaba fatal. Supongo que el hecho de ser diferente cuando eres pequeñaja o adolescente es una cosa que se lleva mal. Al final, lo que quieres es no llamar la atención y ser igual que el resto. Y es una cosa que la digo mucho ahora, que me hubiera encantado que alguien me dijera: «No te preocupes por ser diferente, porque igual en algún momento el hecho de ser diferente es precisamente lo que te hace especial». Y en vez de dormir con un gorro, cepillarte, aplastártelo y ponerte mil gomas de pelo, igual tienes que asumir que lo tienes rizado. Y quererlo, aceptarlo y abrazarlo, como todas las diferencias. Las diferencias nos enriquecen. Me hace gracia, porque algo que me ha acomplejado tantos años ahora parece mi seña de identidad.

-Y ahora, ¿hay vida más allá de «La casa de papel»?

-Pues estuve rodando un largometraje que se quedó parado por la pandemia y terminamos de rodar después, pero sigue pendiente de estreno tras este año extraño y convulso. Se llama Jaula, y espero que se pueda ver prontito. Luego hay un par de proyectos futuros, pero hasta que no arranquen me da miedo hablar.