Han llevado la batuta de los mayores hitos de la historia reciente, y se merecían celebrar el salto a la edad adulta con unos viajes, bailes y besos en la discoteca que, de momento, tendrán que esperar

Laura G. del Valle

Lo primero que menciona Wikipedia en su página del «2002» es que «fue un año común comenzado en martes». Y en ese año ordinario al que dedican tan insulsa entrada, nació una generación que, por lo pronto en Galicia, ya marcó un antes y un después. Son los bebés que llegaron al mundo cuando se hundió el Prestige. Si la hornada que les precede estará siempre marcada por los estragos de la crisis del ladrillo, estos chicos serán recordados por encontrarse en el momento justo y en el lugar adecuado en los acontecimientos más importantes de la historia reciente. Cargados de espinillas se unieron para poner en el foco el problema del cambio climático con las marchas por el clima -Greta Thunberg, por cierto, es de su quinta- , y la sentencia de la Manada generó una reacción casi unánime en chicas de 16 años, que se echaron a las calles y con su «yo sí te creo» clamaron por una ley que las ampare, ahora que empiezan a volar solas. Solo faltaba una pandemia mundial que ha confinado a más de medio mundo para corroborar que, a su corta edad, ya lo han vivido todo. Salvo el mejor año de sus vidas: el de los 18.

Se han quedado sin Interrail, sin la fiesta de graduación y sin las primeras borracheras, permitidas, en la discoteca de turno. Pero no se quejan, para sorpresa de quienes creen que las nuevas generaciones son pusilánimes y caprichosas. Suplen el viaje a Mallorca con una churrascada en el campo sin mayor inconveniente, el evento de fin de curso se lo montan telemático y lo disfrutan. Y no se angustian pensando en que quizás no pueden estudiar o vivir donde quieren el próximo curso: «Es un problema del futuro». En eso el covid les da la razón: el mundo puede saltar en cualquier momento por los aires.

El bailar puede esperar

Esta sensación de estar asistiendo a un momento único, a Rafa Ruiz-Matas, en cierto modo, le gusta. Además, explica, «nos lo dicen todo el rato nuestros profes: ‘Sois una promoción para la historia’». Efectivamente, este joven que también habría sido feliz contando la crisis del coronavirus desde la redacción de un periódico o un plató de televisión, ha visto cómo sus planes se han desbaratado teniendo, como todos sus amigos, que improvisar para pasar este verano de cambio de etapa de la manera más entretenida posible. «Es que esta época la llevas planificando y pensando años, es la despedida del instituto, de tus amigos de siempre... Y ahora todo va a ser distinto a lo que imaginábamos, pero nos inventaremos algo», comenta sin mayor preocupación este futuro periodista. El ferrolano, que estudia en el IES As Telleiras, tenía previsto ir a un festival en Asturias con sus amigos. Ya nada. También iba a pasar infinidad de noches, como dirían los padres de esta generación, quemando pista en la discoteca West de su ciudad. Pero en su grupo prefieren esperar un tiempo prudencial porque «con el aforo limitado, lo de las mascarillas y que no se pueda bailar es imposible disfrutar en esas condiciones, y además es importante evitar contagios», explica desde una madurez que a muchos les parecerá impropia de su edad.

Sin embargo, esta es la tónica común que siguen estos jóvenes entrevistados. Conscientes, porque viven informados aunque sea a través de las redes sociales, de cómo está el patio, asumen las recomendaciones lanzadas por las autoridades. En el caso de Rafa, lo que más le pesa es no haber podido disfrutar de la fiesta de fin de curso, porque lo de volver a las aulas es algo que podría echar de menos por tratarse de sus últimos meses en el instituto, pero no tanto por la parte académica, ya que reconoce que el estudio lo ha llevado perfectamente. Sin duda, si hay una generación que puede lidiar con este contratiempo es la suya. Son los auténticos nativos digitales, y mientras a otra edad el teletrabajo es un mundo, a ellos les preocupa sobre todo que no están disfrutando como debieran con quienes, hasta ahora, son sus amigos del alma.

A Rafa no le ha ido mal este curso, pero sabe que la nota que necesita para entrar en Periodismo en Santiago es muy elevada. No tiene, a priori, un plan B, y espera que la selectividad le salga lo suficientemente bien como para dar rienda suelta a su vocación de periodista. Pero hay un inconveniente: la ya de por sí ardua tarea de buscar residencia es, este año, más convulsa y complicada que nunca.