Cuando el WhatsApp de padres es el Club de la Comedia

Javier Becerra
JAVIER BECERRA REDACCIÓN

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Juan de Gorostidi, autor de «El WhatsApp de padres»
Juan de Gorostidi, autor de «El WhatsApp de padres» cedida

Los grupos que se crean en los colegios son una mina para el humor. El onubense Juan de Gorostidi lo demuestra en un libro que se ha convertido en todo un éxito editorial. Recoge conversaciones hilarantes, diálogos imposibles y polémicas de lo más absurdo.

14 ene 2019 . Actualizado a las 17:05 h.

Como muchos padres de la era de los smartphones, el onubense Juan de Gorostidi flipó «por colores» cuando se vio metido en el grupo de WhatsApp de padres de la clase de su hijo. «Es una cosa que no se entiende muy bien hasta que no estás metido en ese rollo», dice. «No te puedes explicar cómo una persona que individualmente es normal se mete ahí en un grupo y empieza a formar unos líos tremendos», añade. En su caso, tras contemplar atónito lo que escupía la pantalla de su móvil, redactó un hilo de Twitter parodiando la situación. El punto de partida era un padre preguntando por el belén que iban a hacer sus hijos. El resultado, un hilarante diálogo múltiple de besugos que se hizo viral. «Se difundió por un montón de sitios. Llegó casi a los dos millones de visualizaciones en una semana», recuerda.

La fama del hilo de Twitter fue tal que a este chisposo ingeniero de montes le propusieron escribir un libro en la misma línea. «Siempre había querido escribir. Me encontré con la oportunidad y ya no hubo excusa», se ríe. El resultado es El WhatsApp de padres, un volumen que recoge un puñado de conversaciones de padres unidos por sus hijos en esa herramienta de comunicación. Difícil no verse reflejado si se frecuentan esos grupos. Difícil no soltar una carcajada si se hojean las páginas del libro. «Como material humorístico es estupendo», confirma el autor.

Basado en su experiencia, la de sus hermanas y sus amigos, Juan tiene ya catalogados todos los personajes que pueblan este particular sainete moderno. Está el moderador, «que quiere poner orden pero al que nadie le hace caso». El quejica, «que se queja de todo y nunca hace nada». El ofendido oficial, «que se cabrea por todo y no se entera de nada». El saludador, «que anda por ahí diciendo ‘buenos días’ y ‘buenas tardes’ sin parar». Y un etcétera interminable.

¿El autor no se identifica con ninguno? «Sí, claro, yo soy ese que cuando van un montón de mensajes llega y en lugar de leerlos todos pide un resumen», contesta. Un personaje de lo menos popular entre los otros padres, por cierto. En cuanto aparece por ahí, dando a entender que está muy ocupado trabajando (indirectamente llama ociosos a los demás) y pide que le abrevien, como un jefe a su secretario, se suelen hacer unos silencios la mar de incómodos. «Sí, tal cual. Este es un instrumento que está muy bien, pero como no hay una opción de destacar mensajes, entras tarde, te encuentras con un montón de cosas contradictorios. Llegar a la conclusión ahí es un verdadero lío», sostiene.

REPETICIONES INFINITAS

Una sensación recurrente en los grupos de WhatsApp es la necesidad de pronunciarse para no quedar de soberbio o altivo con el silencio, aunque no se tenga nada que decir. Por ejemplo, un niño enferma. Su padre o madre lo anuncia por esa vía. De repente, el resto de los progenitores empieza a decir «que se mejore», «que se mejore», «que se mejore»... y así hasta 15 o 20 veces. En medio del delirio comunicativo, uno suelta «ok, a que se me mejore» como quien se posiciona entre la opción de comprarle un regalo a la profe o no. De locos.

«Hay como una obligación de demostrar públicamente que las cosas te interesan -señala Juan-. Igual se ha perdido una bufanda y se pregunta en el grupo si la tiene alguien. Lo lógico sería que el que la tenga, que lo diga y ya está. Pero no, en lugar de eso, empieza todo el mundo a decir «yo no la tengo», «aquí no la tenemos» y tal. «Luego, va otro y pregunta el color de la bufanda... Todo menos mirar en la mochila del niño a ver si tiene una bufanda que no es la suya», se ríe.

Uno de los episodios más disparatados del libro se titula Pinqui Tinki. Basado en hechos reales, tal y como indica Juan, en él un padre ve una extraña anotación en la libreta de su hija: «Mates página 2. Pinqui Tinki». En lugar de preguntarle al niño, formula el interrogante en el grupo de WhatsApp de los padres y se monta la marimorena. Que si es geología, que si es una cosa de los Teletubbies, que si se trata de pedagogía moderna... Al final, deciden invitar a la profesora al grupo para que aclare la duda. No tiene ni idea de qué va. Luego recurren a la profe de inglés (que advierte de que tiene prohibido entrar en los grupos de padres) y llegan a la conclusión de que son los niños que, motivados por las clases, intentan escribir en inglés en la agenda. «Es así, tal cual», confirma Juan.

EXHIBICIONISMO Y LIGOTEO

Como la mayoría de las redes sociales, el WhatsApp también resulta un terreno donde prende muy bien el exhibicionismo de una vida perfecta. «Se ve en lo del peluche. En el cole te dan uno para el fin de semana. Tú le haces fotos y te dan una cartulina y se pega al final. Cuando te toca, la opción de quedarse en casa tranquilo parece que no la contempla nadie. Tienes que sacar el peluche, llevarlo de paseo y ponerlo en todas partes», ironiza. ¿Y el ligoteo? «He visto alguna cosilla. ¡No en el grupo de mi cole, eh! Pero sí, el típico padre separado, que lo dice y empieza a tontear aparece por ahí. No es el foro ideal, pero ocurre». Hablando de padres separados, Juan también menciona a los que, estando en esa situación, alternan su presencia en el grupo de WhatsApp una semana sí, una no. O los que se están separando y aprovechan el grupo para soltarse un remazo de cuando en cuando.

Dentro de lo que nunca se puede hacer en estos canales, existe una línea roja clara e infranqueable: «Las críticas a los profesores, nunca. Y al colegio tampoco -zanja-. Eso no tiene cabida. Esto tendría que ser para transmitir información muy puntual de cosas que te tienes que enterar, pero al final se acaba usando para un montón de cosas. Empieza con los deberes de los niños, pero luego unos padres montan una pandilla y terminan quedando para tomar una copa el fin de semana. Luego se crean los subgrupos, donde te juntas con los más afines y se conspira contra el grupo general. Esto da mucho juego».

Con la publicación del libro, muchos de los padres de los compañeros de sus hijos se han visto reflejados. No ha habido ningún problema. Sí, muchas risas. «En un cumpleaños los tenía a todos delante y les conté que iba a escribir un libro basado en ello. Todos se morían de la risa. La acogida ha sido muy buena. Ahora, cuando se monta algún tema gordo, ya me dicen que tengo material para el segundo libro -se ríe-. Yo quería hacer algo gracioso, no crítico. Al final te ríes, por lo absurdo que es todo. En el fondo es una parodia amable de lo desastre qué somos los padres».