VICTOR LERENA

27 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Había dos aspectos inevitables en aquella mujer que cada día te sentaba frente a la tele para escuchar las noticias. Es cierto que no había entonces alternativas, pero aquella obligación era francamente grata. Rosa María Mateo era voz y mirada. Había sido dotada con ese infrecuente magnetismo, involuntario e implacable, con el que algunas personas transitan por la vida, ya saben. Sus ojos y aquel tono esférico y confortable eran suficientes para que todas las noticias fueran creíbles. En realidad hubiera podido hacer verosímil el suceso más absurdo. Ella habitaba en aquel plató y tras aquella mesa que en el mundo-led recordamos de cartón piedra. Fue en una época muy anterior a esta, cuando los locutores de televisión no eran como nosotros. Por no tener, no tenían ni piernas. Aparecían, puntuales, a su hora; contaban lo que sucedía sin que nadie lo hubiese contado antes y desaparecían hasta las nueve. Nada se sabía de aquellos seres al margen de sus noticias. Aquella rigidez era puro orden.

Con la Mateo era imposible no quedarse. Cada telediario era una lección de cómo abordar el teleprompter, de cómo entonar, de cómo conseguir que te creyeras que lo que contaba te lo contaba a ti en exclusiva. Seguro que aquel éxito tenía que ver con su concepto del respeto y con una convicción que le asomaba en medio de la calma. Cebrián la puso en el Telediario y Erquicia en el Informe semanal de Ana Cristina Navarro, Carmen Sarmiento, Soledad Alameda, Antonio Gasset, Javier Basilio, Ramón Colom o Baltasar Magro... Luego fue despedida por teléfono de Antena 3, toda una lección de clase, oiga.

Con toda esa mochila a las espaldas se presentó el martes Mateo en el Congreso de los Diputados. La comparecencia se presentía previsible, con el consabido pimpampum, qué agotador. Acudía como jefa provisional de RTVE, pero allí compareció la periodista. Y con la misma calma implacable con la que nos narró la Transición, se convirtió en la portavoz de un pálpito colectivo: «Estamos un poco cansados de todos los políticos», «soy independiente y nadie me va a dar órdenes, ni ustedes ni nadie», «ustedes solo se interesan por TVE cuando la pueden controlar», «no soy podemita, no soy socialista, no soy nada», «creo profundamente en la libertad y quiero decirles que mi libertad les beneficia»... Esa certeza, esa firmeza, esa convicción...