El día que se inventaron las Islas Atlánticas

J. R. VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

A punto de entrar en el 2000, la ministra Isabel Tocino anuncia la creación del primer parque nacional de Galicia; la denominación del área protegida todavía no incluía a Cortegada

13 ene 2020 . Actualizado a las 13:27 h.

Cada isla gallega era de su padre y de su madre hasta que el Gobierno de España decidió rebautizarlas como Parque Nacional das Illas Atlánticas. Sucedió en 1999 y casi sorprende al Consejo de Ministros aprobando la nueva nomenclatura con una mano y con el cotillón de Nochevieja en la otra. Ocurrió el 30 de diciembre, con el primer mandato de José María Aznar (PP) ya avanzado. La ministra Isabel Tocino anunció el nuevo concepto global que afectaba a las grandes joyas naturales da terra. Un primer paso que, a lo largo del 2000, fue cogiendo forma con la creación del parque natural. Pero también otorgando la protección que esta joya natural ya necesitaba mucho antes de que el Gobierno confirmase lo que nadie dudaba.

Tocino lanzó la nueva con motivo de la celebración del Día Mundial de la Biodiversidad. Recordó que «España es el país de la Unión Europea (UE) que cuenta con el mayor número de espacios protegidos, con el 20 % del total europeo. Asimismo, en ellos viven el 40 % de total de especies protegidas en Europa y el 60 % de los hábitats conservados en la UE se encuentra en España». La constitución del parque natural se oficializó el 1 de julio del 2002 con la entrada en vigor la ley que el Congreso ya había aprobado el 10 de abril para crear el único parque nacional que tiene Galicia hasta el momento, el Parque Nacional Marítimo-Terrestre Illas Atlánticas.

La iniciativa no estuvo exenta de polémica. Pasó con la isla de Cortegada, frente a Carril, en Arousa, que finalmente entró en la nueva marca administrativa. No tuvo la misma suerte la de San Simón, cuestión que el exalcalde Carlos Príncipe defendió en Madrid sin éxito como senador. En el caso de Tambo (frente a Marín) también se descartó al considerarse una masa forestal cuyo valor medioambiental está a años luz del resto de islas sí incluidas.

La realidad actual pasa por un extensión protegida formada por 8.480 hectáreas totales, de las que 1.194 son terrestres y 7.285 marítimas. La puesta en marcha del proyecto coincidió a finales de año con la mayor catástrofe ecológica que se recuerda en Galicia. La misma que pintó de viscoso negro cada roca, batea, barco, cala, playa o incontables especies marinas, ya sea dentro o fuera del agua. Era el legado del Prestige, cuyos efectos del siguen frescos en las Illas Atlánticas y en los tribunales con el cobro de las indemnizaciones reclamadas 17 años después.

El tiempo, traducido en el paso de los años, volvió a poner a prueba la protección del parque con el Plan Rector de Usos e Xestión (PRUX) de las islas, el instrumento que debe servir para su gestión. Y esta pasa más por lo medioambiental que por lo humano. Las Cíes, se fijó entonces, tendría un cupo diario de 1.800 visitantes, frente a los 2.200 actuales; mientras las Ons, que no tenían tope, se limitarán a 1.200. Aunque oficialmente prefieren hablar de «regulación» antes que de limitación, era una medida obligada. Porque el parque nacional ha corrido el riesgo de morir de éxito. Sonado fue el empujón publicitario del diario británico The Guardian en el año 2007, al declarar a Rodas, el emblemático arenal de Cíes, la mejor playa del mundo.

El pasó final llegó el 13 de junio del 2002 con la aprobación definitiva, en el pleno del Congreso, de la declaración del Parque Nacional Marítimo Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia. El acuerdo ya se había publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE) como paso necesario para que la medida entre en vigor. El texto recibió el apoyo de todos los grupos.

El resultado, desde entonces, es evidente con un control absoluto sobre el número de personas que llegan cada día a los archipiélagos. Especialmente delicado es el escenario en la isla de Sálvora, que pertenece a Ribeira y en donde los turistas que la recorren deben de tomar todas las precauciones posibles para no perturbar la relajada existencia de sus aves. La parte más negativa, aún reciente, pasa por las tretas de las navieras para adaptar a sus intereses los cupos de visitantes vendiendo más billetes de los permitidos.