Soltar globos no es una práctica inocua y tiene consecuencias

Anton Lois AMIGOS DA TERRA

VIGO

M.MORALEJO

El material plástico termina en el mar y suele acabar en el estómago de tortugas, que fallecen por obstrucción intestinal

03 abr 2017 . Actualizado a las 19:00 h.

El espectáculo era bonito, con esos cientos de globos de vivos colores ascendiendo al cielo desde la Praza do Rei el viernes, y no menos bonita era la excusa: celebrar el día del agua, aunque fuera con cierto retraso (se conmemora el 22 de marzo). Si a eso le suman que los protagonistas, además de los globos (y el alcalde, por supuesto), eran los niños y niñas vigueses con esas caritas de ilusión, pues lo dicho, todo muy bonito.

El caso es que, sin ánimo de fastidiar, quizás no fuera la mejor idea, y menos para celebrar una actividad de concienciación medioambiental. La primera parte es el helio que rellena los globitos. Este gas es menos denso que el aire y compensa el peso del globo, y así permite que los globos asciendan y salgan volando, pero claro, tiene el problemilla de que es un gas monoatómico y compuesto por unos átomos muy pequeñitos que se van escapando por el nudito y los microporos del propio látex, lo que explica que poco a poco se desinflen y caigan una vez que el helio restante ya no compensa el peso del globo.

Este gas se utiliza en procesos científicos de todo tipo, desde la criogenización, los telescopios, investigación espacial, aparatos de resonancia magnética, respiradores para niños y enfermos, microelementos electrónicos y un largo etcétera, pero se da la paradoja de que siendo un gas abundante en el espacio es muy escaso en la tierra. No se puede fabricar y se extrae junto al gas natural.

No parece muy inteligente desperdiciar algo tan valioso (y que nos costó 4.500 millones de años acumular nuestras reservas) en llenar globitos de colores. Hay alternativas al helio para que los globos suban (solo se necesita un poco de vinagre y bicarbonato), pero es lo de menos y no lo tengan en cuenta porque lo del gas es solo la primera parte del problema, y la menor.

Destino marino

La segunda parte empieza con una pregunta pertinente: ¿Y donde están hoy esos globos que soltamos el viernes? La ubicación exacta no la sabemos, porque ascendieron unos 8.000 metros y el viento, fuerte y cambiante desde ese día, los pudo dispersar y desplazar 2.000 kilómetros. Es más sencillo saber cómo están pues por simple ley física ya se vinieron abajo por la fuga de helio y por cálculo de probabilidades han caído seguramente al mar. Por tanto, entre el golfo de Vizcaya y Lisboa estarán repartidos.

Se cierra el círculo y la suelta de globos con motivo del día del agua termina con sus protagonistas nadando. En el mejor de los casos, si nuestros globos eran de látex y no de poliuretano, se irán descomponiendo a lo largo de seis meses, aunque nunca son completamente biodegradables. Lo malo es que durante ese tiempo están al alcance de la fauna marina

Las tortugas marinas confunden sus movimientos ondulantes al flotar con las medusas y algas de las que se alimentan. Se los comen y les provocan obstrucciones intestinales que las terminan matando de forma lenta y dolorosa. Lo mismo les sucede a los mamíferos marinos (ya casi es imposible encontrar alguna ballena o delfín sin restos de globos y plásticos en sus estómagos) y a las aves marinas. Son residuos no digeribles que bloquean sus estómagos. Especies amenazadas y en peligro de extinción que, por si no tuvieran suficientes problemas, se encuentran con el riesgo añadido de las consecuencias de nuestras fiestas.

Los globitos que no acaben en el interior de la fauna se convierten en residuos, y son muchos. Según la Marine Conservation Society, el número de globos encontrados en las playas del Reino Unido, se ha triplicado en los últimos doce años hasta la cifra de 11,5 globos cada kilómetro.

Por todo ello, en muchas zonas del Reino Unido, Estados Unidos y Australia hace ya tiempo que está prohibida esta costumbre de las sueltas masivas de globos. En definitiva, que derrochar un recurso natural no renovable, liberar residuos peligrosos y poner en riego la vida de la fauna marina no deja de ser una forma de hacer educación ambiental, aunque un tanto pintoresca. Casi tan divertida como no pagar el agua por consumo y pedirnos, cosa que debemos hacer, que una cosa no quita la otra, que ahorremos agua.