«Las cartas que Julio Verne envió a mi bisabuelo ardieron en un incendio»

VIGO

El bisnieto de Sanjurjo Badía lamenta que el mismo fuego destruyera los planos del batiscafo que inventó su antepasado y que puede contemplarse en el Museo del Mar

22 jun 2009 . Actualizado a las 12:36 h.

Manuel Sanjurjo se toma su tiempo antes de elegir rincón. Tiene muchos. Tantos como la interminable lista de obligaciones y devociones que figuran en su agenda: presidente del Club de Campo, carrero de la imagen del Cristo de la Victoria, coleccionista de coches antiguos... y, sobre todo, empresario. De hecho, puede decirse que nació y, sobre todo, creció en La Industriosa, la compañía que fundó su bisabuelo Antonio Sanjurjo Badía. Desde aquel lejano 1860 la firma ha cambiado de emplazamiento, pero no de filosofía.

Considera que su antepasado fue un visionario, y no solo por haber sido capaz de concebir y construir el pequeño submarino que hoy puede contemplarse en el Museo del Mar, sino por la originalidad de las soluciones que daba a problemas tanto mecánicos como técnicos.

Lo que no se conservan son los planos del artilugio, que terminaron devorados por un pavoroso incendio que se registró en la fábrica en 1942. «No quedó nada», se lamenta Manuel Sanjurjo, que añade que «en aquel incendio ardieron también las cartas que Julio Verne envió al bisabuelo».

Tal desaparición ha imposibilitado acreditar la correspondencia entre el escritor y el industrial vigués. «Siempre oí en casa hablar de esas cartas», afirma. De hecho, ofrece algún dato a mayores sobre la segura relación entre ambos, producto de la obligada escala que tuvo que hacer el francés en Vigo para reparar el Saint Michael, un yate mixto cuya caldera se había perforado. «Entonces las averías no se arreglaban en unas horas, así es que seguro que a Verne no le quedó más remedio que pasar varios días en la ciudad de Vigo. Es normal que dos mentes privilegiadas, como eran la suya y la de mi bisabuelo, compartieran muchas horas de conversación».

Aún ofrece Manuel Sanjurjo una prueba más de aquella relación: «Cuando mi abuelo y sus dos hermanos fueron a estudiar, respectivamente, a Bélgica, Alemania e Inglaterra, hicieron escala en París. Llevaban una carta del bisabuelo para Verne, que les invitó a comer en un restaurante de las afueras de la ciudad», asegura.

Geometría descriptiva

Manuel Sanjurjo reconoce haber sido un mal estudiante. «No acabé Peritos porque se me cruzó la Geometría Descriptiva», cuenta. Dicho cruce propició su ingreso antes de lo previsto en la nómina de La Industriosa, fábrica que conocía ya como la palma de la mano. «La primera vez que me puse un mono tendría 8 ó 10 años. Aprendí a moldear, a soldar... Mi abuelo me enseñaba cómo funcionaban los motores de explosión», relata.

En esto de los coches fue tan precoz que, según dice, apenas tenía 6 años cuando sufrió su primer castañazo serio. «Íbamos Javier Barreras, mi hermano y yo, que era el mayor, en una réplica del Austin a pedales y volcamos delante del sanatorio del Carmen». Lejos de coger miedo, el flechazo se transformó en pasión, hasta el punto de que ha terminado por convertirse en coleccionista de coches antiguos. Tiene verdaderas joyas, pero su favorito es un Gregoire de 1907. «Lo compró el abuelo por indicación del bisabuelo. En él está escrita la historia de mi familia», asegura.

El contado tiempo que le deja el trabajo en la fábrica y el meticuloso cuidado de sus joyas rodantes necesitan mucha dedicación, dice, se lo dedica al Club de Campo, en cuya presidencia sustituyó a Babé. «El secreto para poder atender a todo es rodearse de buenos equipos, que es lo que ho hago», concluye.