El león

CRISTINA LOSADA

VIGO

ANTÍPODAS | O |

05 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

EN la misma Puerta del Sol estaba el animal, bien que oculto siempre tras una resma de cartelería. El león aficionado al coñac, ancestro del perrito de Tintín, que no le hacía ascos al whisky. Pintado está en ocres leonados, sobre azulejos de profundo azul ultramar, con una o dos botellas de licor entre las zarpas, en el muro anexo al antiguo Hotel Moderno. Retirados los carteles, ha asomado ese león, todavía imponente, a pesar del deterioro de la cerámica. Suerte que no anuncia cigarrillos o puros, pues le castigaría enseguida la brigada de la salud obligatoria. De momento, el beber lo toleran a medias. Frente a aquello de hablando se entiende la gente, que popularizaron algunos personajes, de mayor o menor catadura política y moral, hay que constatar que más se entiende bebiendo. Los dos dichos tienen algo de cierto y algo de falso, pero el segundo tiene a su favor el clásico: in vino veritas . Claro que la veritas, y más regada de caldos, no construye la mejor base para el entendimiento, que es cosa de cesiones y concesiones, de fingimientos y mentirijillas. En verdad, verdad, ni hablando ni bebiendo. Eso de entenderse es un espejismo, una ilusión como la que prometía el león de la Metro. Ahora que si quiere uno hacerse entender, basta y sobra una palabra. Un inglés que iba a cierta cafetería viguesa en tiempos, sólo sabía decir una palabra en español: absolutamente. Pues la decía y el barman le ponía una copa de Fundador. Eso es entendimiento y lo demás son gaitas. Maragall, por ejemplo, dijo lo del 3 por ciento, que son tres palabrejas de nada, y todo el mundo le entendió. Pero como cobrando mordidas también se entiende la gente, la cosa o el escándalo no pasará de entenderse a saberse. Tras el rugido, silencio. Es la ley del oasis.