Hasta enero la película Ciutat Morta, el incómodo documental que resucita el caso del 4-F, no era muy conocida fuera del entorno del cine comprometido. El filme busca esclarecer (con denuncias de tortura policial y de irregularidades judiciales) los hechos que rodearon la detención de unos jóvenes acusados de herir gravemente a un agente en Barcelona.
Pero ni la controversia que arrastra, ni su periplo por festivales, ni los premios recibidos le dieron un eco masivo. Su salto a la esfera pública se produjo con su emisión en la televisión autonómica catalana y, sobre todo, con la orden de un juez que obligaba a la cadena a eliminar un fragmento que podía atentar contra el honor del exjefe de Información del cuerpo policial. Un recorte acatado en antena pero no en la Red, lo que prueba lo nulo de ciertas medidas en la era digital. El pasaje censurado se subió a Youtube, donde acumula más de 800.000 reproducciones, y se difundió y se comentó con rabia en las redes sociales, dándose la paradoja de que muchos solo han visto del filme los minutos mutilados y de que la imagen del mando afectado está ahora más degradada.
Este es un caso de libro. Ilustra a la perfección el imparable efecto Streisand, un fenómeno digital por el cual el intento de acallar algo se vuelve en contra del censor. En la Red la mordaza fracasa o es contraproducente. Lo que se quiere silenciar se amplifica.