Waterloo, año cero

TELEVISIÓN

11 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La culpa la tuvo Abba. Era una noche de primavera de la que ahora se cumplen cuarenta años cuando los cuatro de Estocolmo tomaron por la fuerza el festival de Eurovisión a ritmo de Waterloo. Dirigía la orquesta un señor disfrazado de Bonaparte y el cuarteto lucía esos atuendos horteras que, tal como acaban de confesar cuatro décadas más tarde, se enfundaban tan solo para poder desgravar como ropa de trabajo todo el ajuar de pata de elefante de sus camerinos. Y así, por una exitosa ocurrencia, Eurovisión se fue convirtiendo en lo que es hoy, un espectacular circo mediático en el que se sumergen cien millones de espectadores desde Australia a Fisterra. El cartel de extravagancias en ese coliseo que no conoce la sobriedad ha sido muy nutrido este año. Pasen y vean. Acrobacias sobre la pista y el trapecio, saltos en cama elástica, show de patinaje, equilibrismo sobre un balancín y hasta una mujer barbuda, la austríaca Conchita Salchicha, que amenazaba con ser un nuevo Chikilicuatre de cuchufleta y resultó que iba muy en serio. Con tanto disloque, el concurso se ha transformado en una función escolar carísima y desmesurada en la que todo el mundo se preocupa tanto por el envoltorio que al final cantar, lo que se dice cantar, parece ser lo de menos.