El mar que sentimos menos, pero necesitamos más
SOMOS MAR
l último barómetro del CIS de noviembre vuelve a situar a la vivienda en un merecido primer puesto en el ránking de preocupaciones de los españoles. No sorprende. La dificultad para pagar un alquiler o encontrar un piso es inmediata, cotidiana, duele en el presente. Para encontrar otras cuestiones como el cambio climático y el medio ambiente debemos descender a los puestos 19 y 33. Sin embargo, cabe preguntarse si esta prelación sería la misma en determinados territorios o colectivos. Por ejemplo, ¿escalarían algún puesto estas cuestiones si la encuesta se circunscribiera a comunidades costeras que dependen directamente del mar para su economía y su identidad cultural? En esos territorios, los cambios en los mares y océanos no son una abstracción. Están expuestos a transformaciones silenciosas, apenas visibles en el día a día, pero determinantes de su futuro.
Este año que ahora nos deja ha sido un goteo constante de noticias sobre el estado de los mares, con Galicia como uno de los territorios donde estas informaciones se siguen con especial atención, al sostener bu ena parte de su economía y cultura a través de la pesca, la acuicultura, el marisqueo, el turismo y la construcción naval.
Noticias que hablan de contaminantes emergentes que ponen a prueba la capacidad analítica y de conocimiento sobre su impacto real, dispersándose en un océano que se calienta a un ritmo acelerado. Recordemos que, en junio, la ría de Vigo registró una ola de calor marina con temperaturas casi tres grados por encima de la media respecto al período 1982-2015.
Cambios ambientales que tienen consecuencias directas sobre la economía azul gallega, afectando al crecimiento y reproducción del mejillón gallego —el 95 % de la producción nacional—, ocasionando cierres prolongados por presencia de mareas rojas, y tensionando bancos marisqueros. Cambia también la distribución de algunas especies, y a las ya tradicionales discusiones sobre cuotas y vedas pesqueras, se unen conflictos en torno a la pesca de fondo mientras se debate el futuro de actividades emergentes como la eólica marina. Ante tanto reto no faltan los intentos de respuesta: certificaciones de pesca sostenible como la de la sardina ibérica, el uso creciente de la inteligencia artificial para entender y gestionar las rías, la ratificación de España del Tratado de Alta Mar o el paso histórico de Galicia al asumir la gestión de su litoral. Un mosaico de retos y decisiones que deja claro que lo que ocurre en el mar ya no es un problema lejano, sino un asunto ecológico, económico y cultural de primer orden.
Durante este año, las casi 200 personas que integramos el Centro Oceanográfico de Vigo —el mayor centro de España del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC)— hemos seguido trabajando para seguir generando conocimiento y ofrecer respuestas a los numerosos retos que se plantean. Y con este, son ya 108 años. A través de más de un centenar de proyectos de investigación y 44 campañas oceanográficas, hemos evaluado decenas de stocks pesqueros de interés comercial para nuestro país, poblaciones de cetáceos, la contaminación ambiental y sus efectos sobre los organismos, la ecología del plancton y el impacto del cambio climático. Hemos representado a nuestro país en los principales foros científicos internacionales relacionado con las pesquerías y el medio marino (ICES, OSPAR, NAFO, COI-UNESCO…), y adaptado nuestro discurso en 67 actividades de divulgación científica para contar de primera voz, y de forma inclusiva, que los problemas de biodiversidad y ambientales también lo son de empleo, cultura y futuro.
Desde el calentamiento de las aguas hasta la pérdida de biodiversidad, pasando por fenómenos extremos que ya afectan a nuestras costas, desde el Oceanográfico de Vigo seguiremos trabajando en 2026 en aquellos problemas que quedan relegados en las encuestas porque no caben en una factura ni en un contrato de alquiler. Problemas que no siempre se perciben como urgentes, pero que condicionan los recursos que nos alimentan, los empleos que sostienen a miles de familias y el equilibrio ambiental del que depende incluso el oxígeno que respiramos.
La urgencia debe medirse, sin duda, por lo que sufrimos hoy, pero también por aquello que, de forma silenciosa, hace posible nuestro mañana. Porque atender al mar no es desviar la mirada de los problemas inmediatos, sino asegurar que, cuando estos se resuelvan, sigamos teniendo un futuro al que mirar.