Patrocinado porPatrocinado por

«No mar, a solidariedade é incrible»

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

SOMOS MAR

Martina Miser

LOBOS DE MAR | José María González Araújo pasó su vida en barcos mercantes; «é duro, pero engancha», confiesa

25 jun 2022 . Actualizado a las 07:51 h.

A José María González Araújo el mar se lo dejó en herencia su padre, igual que a este se lo había legado su abuelo. «Os dous foran mariños e eu, cando chegou a hora, decidín ir estudar tamén á Náutica de Vigo, que daquela tiña sona de ser a de máis nivel de España», relata este vecino de Vilaxoán (Vilagarcía). Ahora lleva seis años en tierra, redescubriendo cómo son las cosas sobre suelo firme, pero pasó gran parte de su vida navegando, habitando en las entrañas de grandes buques mercantes. Empezó con la categoría más baja, como todo el mundo que empieza, y escaló poco a poco el escalafón hasta ser jefe de máquinas. Está contento con el ritmo que imprimió a ese camino: tranquilo, seguro, sin prisas, tomándose el tiempo necesario para adquirir la experiencia que hace falta para afrontar los retos de un barco y un océano. «Cando eu estaba para xubilar, xa había problemas de relevo xeracional. Agora, como non hai profesionais, a xente pasa todas esas etapas moi rápido, ascende moi pronto», reflexiona. «Non digo que sexa malo», matiza. Y remacha: «Pero no mar, a axilidade para tomar decisións é moi importante, e iso gáñase con experiencia».

Tras formarse en Vigo, a José María le llegó la hora de embarcarse. Sus primeras singladuras las hizo en un cementero que cubría la ruta de México a Estados Unidos. «Nada máis empezar, tropezamos cun furacán... Era un barco de 45.000 toneladas, non pasou nada... Pero eu estaba empezando e a min aquela experiencia impactoume», relata. En aquel tiempo, empezó a acostumbrarse a pasar fuera de casa seis meses, otros seis en Vilaxoán. «Estaba recén casado», explica, así que cada vez que le tocaba hacer el petate «había unha boa choreira». «Ao principio costa moito traballo. Botas de menos á familia, aos amigos, as festas do pobo...». Luego, con el tiempo, «baste acostumando e acabas con certo enganche». Porque la vida del lobo de mar, dice, tiene un aquel que acaba generando algo parecido a la adicción. Y es entonces cuando, sin dejar de echar de menos a la gente, comienzas a disfrutar de pequeñas experiencias como «entrar no ano novo antes que ninguén», como cuando a él le pilló ese señalado momento en las islas Kiribati, en el Pacífico.

Pero antes de llegar a ese punto del viaje, a José María le iba a tocar trabajar en un barco cochero con el que recorrió los puertos europeos y también algunos de África y Asia. Fue en aquel tiempo cuando, estando en cubierta una noche, con el barco atracado en un puerto de El Líbano, oyó varias detonaciones que le pusieron los pelos de punta. «Botaban cargas ao mar para evitar que puideran chegar persoas a nado a terra», recuerda. Antes de llegar al sector de los frigoríficos, en el que iba a pasar el resto de su carrera, trabajó una campaña en un buque italiano que transportaba cereal. «O mellor era a comida», dice José María sonriendo.

El grueso de su vida en el mar lo pasó trabajando para dos compañías, Calvo y Albarcora. Dos firmas «serias» en las que vio como sus condiciones laborales mejoraban, hasta llegar a pasar embarcado períodos de tres meses, por otros tres meses en tierra. Ahora que se ha quedado aquí no puede dejar de echar de menos la solidaridad. «No mar a solidariedade é incrible. Fanse cousas polos demais sen esperar nada a cambio».

«A mercante, en materia de seguridade, avanzou bastante»

Aunque nunca trabajó en barcos de pesca, los conoce bien. Sabe de la dureza de la faena del arrastre, y de las comodidades relativas de quien va al atún. Aunque tienen cosas en común, la flota pesquera y la mercante son mundos distintos. «Eu creo que a mercante, en materia de seguridade, avanzou bastante. A pesqueira tamén, pero aínda queda moito por facer. E dáme un pouco de rabia; parece que a xente só se acorda dos mariñeiros cando hai unha desgraza e non debería ser así».

José María recuerda sus tiempos embarcado con un asomo de nostalgia por las partidas que se echaban después de cenar, aunque en los últimos años se habían visto desplazadas: «Xa todo o mundo tiña un ordenador e ían cargados de series e de películas... E a vida a bordo xa cambiara un pouco». Lo que sí echa de menos son los cafés con los que se despertaba a las cinco de la madrugada. «Sigo levantándome moi cedo e tomando café», cuenta. Cuando el resto del mundo aún está abriendo los ojos, él ya ha recorrido media parroquia.

No le falta con qué llenar las horas. Nada más quedarse en tierra se apuntó a unas clases de acordeón. «Pero a pandemia pasou por aquí e complicouno todo moito, así que acabei deixándoas», dice con una sonrisa. Pero sigue con otra pasión recién descubierta. «Sempre me interesou a política, e sempre fun simpatizante do PSOE. Cando me xubilei empecei a entrar en contacto con xente dese partido». Y acabó formando parte de la lista que al Concello de Vilagarcía presentaba el partido del puño y la rosa. Así que, ahora, es concejal de Seguridad en el equipo que encabeza Alberto Varela. Desde ese puesto, dice, «fago o que podo por mellorar a vida da xente, que para iso estamos aquí».