
Desde la impactante primera escena de la serie Adolescencia sientes un puñal clavado en el pecho. No porque sea dura, que lo es, sino porque nos sacude todas las vergüenzas, la incomunicación en la que vivimos, el horror de lo normal, la viscosidad de las familias, la brutalidad y la indefensión de la paternidad, la culpa, el torbellino de las redes... El planteamiento de la serie de Netflix, que en realidad es un peliculón, no puede ser más acertado, pero la demostración técnica, en un continuo plano secuencia, es inmejorable. El espectador se sumerge en esa primera hora real, minuto a minuto, en lo que es el eje central del guion: que la policía entre en tu casa y se lleve a tu hijo de 13 años acusado de un asesinato. No desvelo nada. Así de violenta puede ser la vida y así de salvaje e iracunda la fuerza que nos lleva. La carga masculina de la educación, los recovecos y las aristas del amor, la confusión y borrosidad de lo que está bien y lo que está mal. Todo es una lección en la que es ya la serie del momento. Impactante y demoledora, como la interpretación del chaval, que es un niño, Owen Cooper, que se cría como tantos de nuestros hijos a esa edad, encerrado en una habitación haciendo scroll. La serie Adolescencia te interpela, te remueve, te hace preguntas, te da respuestas, te cuestiona todo el tiempo y te cruje. Es un misterio, como tú y tu hijo adolescente.