«Se despierta y ya se echa las manos a los ojos y la sien»

SOCIEDAD

Sara, de 15 años, se contagió a la vez que sus dos hermanas mellizas, pero ella no se recuperó. Sufre fuertes migrañas y vive con la garganta constantemente irritada y la temperatura corporal siempre muy baja

13 mar 2022 . Actualizado a las 09:56 h.

Desde que Sara se contagió de coronavirus, hace ya 14 meses, sufre —día sí, día también— fuertes dolores de cabeza, se le irrita la garganta cada dos por tres y siempre tiene frío, su temperatura corporal es muy baja. Sara es trilliza. Se infectó a la vez que sus tres hermanas, pero la enfermedad solo persiste en ella.

Fueron cayendo como fichas de un dominó: primero la madre y luego, una tras otra, las tres adolescentes, sin enterarse apenas, con algunas molestias y sin olfato día y medio. Cuatro meses después, Sara —solo ella— empezó a sufrir unas intensas cefaleas que pusieron en alerta a toda su familia. Hoy sigue con ellas y, lejos de mejorar, parece que van a peor. Cada vez son más frecuentes.

A la angustia de ver habitualmente a su hija de 15 años tirada en la cama, con las persianas bajadas y sin casi poder moverse —«entro en su habitación por las mañanas y, según la despierto, ya se echa la mano a los ojos y a la sien», cuenta Ángela, su madre—, se le suma al matrimonio R. L. la frustración que provoca que ningún médico sepa qué hacer, cómo calmar el martilleo en la cabeza de la pequeña y su irritación perenne de garganta. Llevan meses en vilo. No saben a qué puerta llamar ni adónde llevarla. «Yo soy una mujer tranquila, pero tras ir a tres hospitales y solo recibir respuestas vagas, perdí los nervios», admite la madre.

Sara llevaba un mes sin poder ir a clase, así que Ángela se plantó con ella en su servicio de urgencias de Gijón, donde la derivaron a otro centro de la misma ciudad. En ambos fueron despachadas con diagnósticos de anginas y laringitis. Impotente, cogió el coche y condujo hasta el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), en Oviedo, donde por fin un médico se interesó por las migrañas. El escáner, sin embargo, arrojó resultados completamente normales y fueron enviadas de nuevo al primer hospital. «Allí les dije que hasta que no solucionasen el dolor de cabeza de la niña no me movía, y que si me iba era para ponerles una denuncia», relata ahora, al otro lado del teléfono.

Fue entonces cuando, al revisar la historia clínica de Sara, admitieron que la cosa era más seria de lo que creían. La ingresaron y la vio una neuróloga, pero la conclusión fue la misma: migrañas.

La primera que intuyó que lo que le pasaba a la adolescente no era ni amigdalitis ni un simple dolor de cabeza intenso fue su médica de cabecera, que enseguida identificó que estaba ante un caso de covid de largo recorrido. En septiembre, Sara empeoró. La ingresaron y le administraron medicación en vena, y desde entonces, encadena tratamientos sin mucho éxito. Ahora toma cinco pastillas al día, una pauta que deberá seguir durante nueve jornadas más. «Hay días que no sé ni cómo está en pie, ni viva», dice su madre.

Los problemas no acaban ahí. La menor ha perdido también capacidad de concentración. No retiene, le cuesta estudiar. «Lo que antes hacía en una tarde ahora le lleva una semana; a veces la miro y veo que está un poco como ida», comentan sus padres. Sara es «una cría muy tranquila», dicen, que ha asumido que cada cierto tiempo volverán los dolores. «Pero le limitan la vida», concluyen preocupados.