
Hasta ahora había test masivos y aislamientos sectoriales por barrios y municipios, pero la pandemia no ha dejado de crecer. El nuevo encierro afecta al área metropolitana de la capital
15 may 2020 . Actualizado a las 21:25 h.El Gobierno de Chile, largo país de 756.000 kilómetros cuadrados y 19 millones de habitantes, ha cedido tras dos meses resistiéndose a hacerlo: cerca de 8 millones de personas comienzan mañana sábado una estricta cuarentena en el área metropolitana de Santiago dado el explosivo avance de la pandemia en los últimos días. Con cerca de 40.000 casos y 394 muertos en todo el país y una ocupación hospitalaria del 90 % en la capital, todos los santiaguinos se encerrarán como mínimo una semana por primera vez desde que llegó el virus al país para tratar de «aplanar» la curva de contagios y solo podrán salir bajo permiso un par de veces por semana.
Es también un cambio importante tras la primera estrategia de aislar a barrios. A diferencia de otros países con menos casos como Argentina o Colombia, Chile optó por las denominadas «cuarentenas específicas y dinámicas», con restricciones de movimiento que se imponen y se levantan en cada comuna (barrio) o ciudad en función de los nuevos contagios. La estrategia chilena se sustenta en un pilar fundamental: el testeo masivo. Con 341.512 pruebas PCR realizadas hasta el viernes y una capacidad diaria de 15.000, Chile es uno de los países que más exámenes hace por millón habitantes en América.
En un intento por alcanzar el difícil equilibrio entre economía y salud, primero se encerró a los barrios ricos del oriente de Santiago, donde se detectó el primer caso el pasado 3 de marzo, y luego al centro y a las zonas más vulnerables del extrarradio. Importantes ciudades como Antofagasta, Punta Arenas, Osorno o el lejano archipiélago de Rapa Nui (Pascua) también estuvieron varias semanas confinadas, aunque el gran foco siempre ha estado en la capital. «Una cuarentena total no es sostenible. Nadie podría asegurar que las familias tengan los medicamentos, los alimentos y los servicios básicos», defendió a mediados de abril en un canal local el presidente Sebastián Piñera. El Gobierno sí decretó el estado de excepción, la centralización del sistema sanitario, un toque de queda nocturno, la prohibición de eventos masivos, la suspensión de clases y el cierre de fronteras y de la mayoría de comercios.
Confiados en los buenos datos y temerosos de la sangría económica, el Gobierno aseguró a finales de abril en un tono triunfalista que el pico ya había pasado, que la pandemia se había estabilizado en una «meseta» de 400 y 500 contagios diarios y que no se habían cumplido los malos augurios sobre miles de casos para esas fechas, cuando inicia el otoño austral. Piñera empezó a hablar de la necesidad de un «retorno seguro» y de una «nueva normalidad» e incluso alentó la apertura de centros comerciales y la vuelta al trabajo de los funcionarios. «Si todos nos quedamos acuarentenados en nuestras casas, vamos a tener una crisis social de desempleo, de quiebra», dijo el mandatario el Primero de Mayo, horas después de que se conociera que el desempleo en el primer trimestre escaló hasta el 8,2 %, su peor dato en un década.
Los planes del Ejecutivo para recuperar gradualmente la actividad no estuvieron exentos de polémica y despertaron las críticas de muchos sectores de la sociedad, especialmente del gremio médico. Tampoco se quedaron callados una veintena de alcaldes de distintas comunas de Santiago, que pidieron reiteradamente el cierre total de la ciudad para evitar extender el COVID-19 a otras zonas del país, de 18 millones de habitantes.
Pero apenas unos días después se vería obligado a dar un abrupto giro de guion, pues la pandemia se empezó a descontrolar y los nuevos casos diarios aumentaran un 60 % del 12 al 13 de este mes alcanzando la cifra récord de 2.660 nuevos infectados, la mayoría de ellos en la capital. «La medida más severa que debo anunciar es una cuarentena total en el Gran Santiago (...) La batalla por Santiago es la batalla crucial en esta guerra contra el coronavirus», afirmó el miércoles el ministro de Salud, Jaime Mañalich. El ministro apuntó a la falta de confianza en el Estado generada tras el estallido social del pasado octubre como una de las razones de que la ciudadanía no entendiera el concepto de «nueva normalidad» y se echara a la calle al levantarse las cuarentenas, y afirmó que el Gobierno no ha logrado «encontrar un mecanismo de diálogo con la ciudadanía, transparente y de buena fe». Muchos expertos, sin embargo, señalan que Piñera se precipitó o no calibró la envergadura de la pandemia. «La cuarentena era necesaria y se tomó en el momento oportuno», dijo el presidente este viernes en el aeropuerto de Santiago, donde recibió 218 nuevos respiradores.
Junto al número de infectados y muertos, también ha aumentado el de pacientes en cuidados intensivos (hoy se contabilizaron 584 personas conectadas a un ventilador mecánico, de los cuales 124 están en estado crítico), mientras que el principal cementerio de la capital cava desde hace semanas un millar de nuevas tumbas. «No queremos que nos pase como a Ecuador, Brasil o Estados Unidos, donde no había lugar dónde sepultar a las personas», aseguró a Efe su director, Raschid Saud.