La borrasca que acabó con Napoleón

Xavier Fonseca Blanco
Xavier Fonseca REDACCIÓN / LA VOZ

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El emperador terminó sus días en la húmeda isla de Santa Helena maldiciendo el tiempo tan desapacible que hubo el 18 de junio de 1815 en la campiña belga de Waterloo, donde se enfrentó a sus enemigos por última vez

19 jun 2018 . Actualizado a las 13:02 h.

El clima ha sido, y sigue siendo, protagonista principal en la historia del planeta, pero también de la humanidad. En el desarrollo y desenlace de algunos de los episodios más famosos, incluso jugó un papel fundamental. Napoleón, por ejemplo, terminó sus días en la húmeda isla de Santa Helena maldiciendo el tiempo tan desapacible que hubo el 18 de junio de 1815 en la campiña belga de Waterloo, donde se enfrentó a sus enemigos por última vez.

En abril de 1814, tras la derrota contra los aliados, el emperador decidió firmar la abdicación y su posterior exilio a la isla de Elba. Fue una despedida muy breve porque solo un año después escapó de la isla y volvió a situarse al frente de Francia. No tardó en reanudar su enfrentamiento con los ingleses. Napoleón buscó una batalla rápida contra las tropas del duque de Wellington y los prusianos, dirigidos por el general Bluger. En junio de 1815 se citó con ellos en Waterloo. Tener éxito pasaba por una idea simple: mantener separados a los dos ejércitos.

La madrugada del 17 al 18, mientras se ultimaban los detalles de la batalla, comenzó a llover de forma muy intensa. Aquellas eran unas condiciones poco habituales para la época del año. Unos meses antes había despertado el volcán Tambora, en Indonesia, inyectando toneladas de partículas volcánicas a la estratosfera. La radiación solar se redujo y las masas de aire polar, típicas del invierno, rondaban las latitudes medias incluso en junio, alimentando a las borrascas. Una de ellas se situó sobre el Reino Unido y entró en el continente justo por Bélgica, con un frente frío asociado. Fue una noche muy desapacible e incluso el propio Napoleón empezó a encontrarse mal, algo que le impidió dirigir los preparativos.

La mañana del 18 de junio, el tiempo había mejorado, pero los caminos estaban completamente inundados. Un inconveniente muy serio cuando hay que movilizar a miles de soldados. Además, los campos tan mojados inutilizaban los cañones, cuyos proyectiles rebotaban contra el suelo. El ataque contra los ingleses tuvo que retrasarse varias horas. Y ese retraso acabó provocando justo lo que Napoleón trataba de evitar, que las tropas prusianas llegasen a tiempo al escenario de la batalla. Eso decantó la victoria del lado de los aliados. Una vez más, como ocurrió muchos años después con el desembarco de Normandía, la meteorología fue determinante.