«Me convertí en la madre de mis padres»

Mila Méndez Otero
mila méndez A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Primero fue su madre la que tuvo demencia. Ahora, su padre, que se recupera de una atrofia en el cerebro. Cristina lo tiene claro: «Lo más duro son los momentos de lucidez»

24 feb 2018 . Actualizado a las 23:37 h.

La irrupción de un diagnóstico de alzhéimer es un antes y un después en una casa. Los planes, las rutinas, los domingos, las vidas se borran. Para el enfermo y para la familia. Cristina lo pasó primero con su madre. Falleció en el 2011. Ahora la historia se repite con su padre. «Hubo un momento en el que coincidieron los dos con la enfermedad. Fue muy doloroso. Mi madre era el pilar de nosotros cuatro», recuerda. El progenitor, que se recupera tras pasar varios días ingresado, sufre una atrofia en el lado izquierdo del cerebro. Las primeras señales aparecieron hace 15 años.

Hasta hace unos meses lo medicaron de forma errónea. «Pensaron que era alzhéimer cuando no lo era», lamenta. Cuenta con la ayuda de su hermana, Laura. «Las demencias son enfermedades que merecen una especialidad propia. Hay muchos tipos y queda mucho por saber. No hay información de los síntomas iniciales. Tampoco sobre procesos jurídicos, cómo tramitar la dependencia. Nuestra madre tuvo capítulos más agresivos, nuestro padre no. Su cuadro clínico es muy distinto y, aún así, lo diagnosticaron mal todo este tiempo», censura Laura. «Ella se fue en cinco años. Fue fulminante. A veces tenía momentos de lucidez. Eran los más duros -prosigue Cristina-. Una vez me dijo: ‘‘Qué lata te estoy dando, ¿no?’’». Todavía se emociona. Al momento, añade con alivio pensando en su hermana: «Hacemos una piña». Ambas trabajan. Durante el día tienen la «suerte» de dejar a su progenitor en el centro de Afaco, la Asociación de Familiares de enfermos de Alzheimer, en A Coruña. También han contratado a una persona para ayudarlas: «En la fase final -explica Cristina- una sola no es físicamente capaz». Definen su relación con la dolencia como una vuelta al pasado. «Es una involución total. Te conviertes en su madre», dice Cristina. Laura, que tiene una niña de dos años, la compara con la infancia de su hija: «Le tienes que enseñar a tragar, porque ya no se acuerda. Tampoco te avisa cuando está enfermo ni sabe lo que le duele. A diferencia de un niño que progresa hacia su futuro, aquí es al revés. Es un paso atrás continuo».

Planificar «como una empresa»

Ambas coinciden en que hay que pensar a largo plazo. No se refieren a su casa, sino a las políticas públicas. «Dejemos de mirarnos el ombligo. Los pisos no están adaptados. Las grúas son carísimas. Sentémonos a organizar, como haría una empresa, con sentido estratégico. Hay científicos, empresarios, una sociedad solidaria», enumera Laura. «Y en las residencias no hay plazas», añade su hermana. «Si esto ahora no funciona, dentro de unos años será desesperante -continúa Cristina-. Las plantas del Chuac están llenas de gente mayor. A veces te miran mal. Es una sensación de: ‘¿Para qué venís?’».

Su hermana, que también cuida de su suegra con demencia, apunta: «Si tienes cariño, vas a responder con uñas y dientes hasta el límite de tus fuerzas». Nadie está preparado para ser cuidador, hasta que toca. «Como diría Sheldon Cooper -sonríe Laura- esto es un zas en toda la boca».